Dolor y Crisis

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Dolor y Crisis


Luego de unas horas, el polvo cobrizo del aire se disipó, las llamas del puerto se extinguieron y el llanto y la pena recayeron en los hombros fatigados de los habitantes. Todo hombre, mujer, anciano y niño se encontraba reunido alrededor de un gran fogón, este mismo estaba ubicado en aquel cráter generado por el privilegiado Magno, el fuego era lo suficiente grande para que todas y cada una de las víctimas de aquella desgraciada batalla tuvieran un momento único e inolvidable.

Se oía el llanto de los habitantes contrastando con el rubor quebradizo de la fogata, la luz que irradiaba la llamarada era opacada por la oscura desdicha que había dejado la batalla, una batalla triste y maldita. El último de las víctimas, que alcanzaba a la inaudita suma de treinta y dos, fue el joven Tom, yacía recostado en una tabla oscura de madera, Francis, hombre de medicina, se había ocupado de extraerles las estacas y cerrarles las heridas burbujeantes, luego, entre este último, Drake, Evan y, por supuesto, Silver; desplazaron al muchacho hacia la fogata. El joven fue visto y llorado por la mayoría de los habitantes, un rostro tan valiente con ideales firmes y fructíferos, qué impotencia y lástima embargaba las almas de los espectadores. Los cuatro hombres, que lloraban en silencio ahogando la angustia, sumergieron el cuerpo muerto del joven en el centro de la llamarada, no hubo nadie que no haya observado como los flamantes haces rojizos de luz ardían en torno a él.

Fue un funeral corto, pero infinitamente extenso e inolvidable. Miradas tristes y lejanas avistaban el rostro demacrado de Silver, no solo había perdido el respeto de su amado pueblo, sino que también algo mucho más preciado para él, su hijo. Este hombre desahuciado por la muerte se quedó largo tiempo observando las llamas danzantes y cargadas de indiferencia, pues ellas ardían sin preocuparse que tan importante fuese lo que en ella se encontrase incinerándose.

Mientras este funesto funeral era realizado, los Magnos, seres odiados por los habitantes, se encontraban en pequeñas celdas hundidas en las paredes rocosas.

Los habitantes no temían que escaparan, pues, gracias al ingenio de Joseph, los herreros, entre ellos Drake, fabricaron guantes de hierro, que imposibilitaban el movimiento de cualquier parte de la mano, pues el guante se mantendría firme e inflexible. Así que todos y cada uno de los Magnates sobrevivientes obtuvieron aquellos guantes que se adherían a las muñecas con la ayuda de unos endurecidos grilletes que a su vez estaban unidos entre sí con una cadena negra y lacerante.

Cada uno de los enemigos se encontraba en su propio calabozo, estos eran reducidos y tan solo contaban con una silla, una mesa endeble y un hueco en la esquina para que el recluso haga sus necesidades, si es que los guantes no les impedían tal tarea.

Eran once los prisioneros, pues los tres soldados que habían estado junto con Toyoo se rindieron al ver la derrota inminente. Generalmente los Magnos permanecían sin mayores heridas, algunos cortes o golpes, sin embargo, Tüxöz estuvo cerca a desfallecer, pues la gran explosión de flamas generadas por Minos le había incinerado todo el cuerpo, poco pudieron y quisieron hacer los habitantes para aliviarle el dolor o salvarlo de la muerte.

La victoria pasó desapercibida, tan solo la preocupación y el pesar se encontraba deambulando en la mente de las personas, una de ella era que la entrada a Puerto Oculto estaba al descubierto, por lo que debían de taparla de algún modo.

Gia y Joseph se encargaron de esta tarea, pues eran los únicos que podía lograr un buen trabajo moviendo y colocando la gran roca.

—Fue… una batalla muy dificultosa —dijo Joseph apenado mientras observaba a Gia desatar la pequeña barcaza del puerto.

—Sí, muy… difícil —agregó Gia incómoda.

Los PrivilegiadosWhere stories live. Discover now