Una última sonrisa

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Una última sonrisa


Evan corrió hacia el campo de batalla, pero comprendió que su presencia no cambiaría nada allí. Debía de actuar de una forma cautelosa y acercarse despacio hacia el enemigo, pues aquellos Magnates lograrían vencerlo con facilidad. Por lo que permaneció oculto y expectante.

Notó que la batalla transcurría de una manera rítmica y constante, ya que observó que las personas asediaban a los soldados hasta obligarlos a retroceder hasta fuera de los puentes y cuando esto ocurría los Magnates se veían obligados a intervenir, provocando que el ejército de las personas retrocediera casi hasta las callejuelas de la ciudad. Sin embargo, cada vez que esto tenía lugar, los Magnates no avanzaban, permanecían estáticos en su lado de la isla, como si cruzar el puente fuese igual a ser un esclavo.

Cuando esto ocurría, los soldados volvían a la carga, no obstante, del mismo modo eran superados y obligados a retroceder una vez más hacia los Magnates. De aquella manera transcurría la guerra, no obstante, pronto llegaría a su fin, pues el ejército de las personas no tardaría en caer.

«¿Qué hacer?», se preguntó Evan mientras se ocultaba de tras de un robusto roble repleto de maleza «perderemos a este ritmo. Tengo que hacer algo, pero… ¿Qué?». No encontraba respuesta a tan grande enigma, pues ¿Cómo haría un simple joven para derrotar una docena de Magnates? No lo sabía, no obstante, en aquel momento recordó lo que en su espalda se ocultaba, llevó sus manos a ella y luego alzó el bello y fuerte arco con el cual se había equipado momentos antes de cruzar el puente.

También recordó que los Magnates lo habían visto encaminarse al ayuntamiento, por lo que creían que él estaba allí, lo que era bueno, pues contaba con el factor sorpresa de su lado. Pero no debía de actuar ahora, sino que debía de hacerlo en la ocasión más apremiante, por lo que aguardó paciente hasta que la balanza de la guerra se inclinara para el lado de las personas y, ocurrido esto, distrajeran a los Magnates.

El joven esperó algún tiempo mientras oía el clamor de la batalla, la desesperación y la furia se fundían en un rugido constante y se incrementó cuando las personas comenzaron a asediar una vez más los puentes. Fue allí cuando se percató que la hora de actuar había llegado y el no hacerlo tendría un fatídico significado, por lo que se armó de valor y su mente comenzó a calibrar.

Observó el puente de piedra más cercano con una fugaz mirada, se encontraba a cincuenta metros de distancia, algunos segundos de corrida. Sin embargo, por más que sus piernas fuesen las de un mestizo, nunca serían más veloces que un chasquido, por lo que huir hacia el otro lado del puente no era una buena idea. Fue allí que tomó una flecha de su carcaj, la colocó en el arco y exhaló con profundidad.

—Tú puedes —se dijo mientras mantenía su mirada lista para fijarse con rapidez en un objetivo.

Luego de unos segundos, Evan volteó, apuntó y disparó hacia el grupo de Magnates. Sin ver si había dado en el blanco, volvió a esconderse con los latidos castigándole las sienes.

Evan no lo vio, por lo que no se sintió reconfortado cuando la flecha viajó en el aire y se incrustó en el hombro de un Magnate alto y vestido de aquel atuendo elegante. Este, al estar concentrado en atacar al ejército contrario, no reparó siquiera en el porvenir de la flecha, solo se vio derribado mientras ahogaba un grito de dolor. Rápidamente, los Magnos a su alrededor detuvieron por un segundo sus chasquidos y se concentraron en aquel hombre. Exclamaron varios gritos de asombro y sus rostros parecieron perturbarse de sobremanera. Una mujer, firme y de una estatura prominente, observó con mirada adusta los alrededores, pues no creía que algún enemigo había sido capaz de lanzar tal ataque, sin embargo, no logró encontrar el origen de la amenaza, por lo que volvió a concentrarse en el avanzar enemigo y se sorprendió. Pues estos habían aprovechado el momento de distracción que aquejó a los Magnates, para abrirse paso con violencia, tanto así que muchos se encontraban a pocos pasos de cruzar el puente.

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