Capítulo I

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Las primeras horas de cada mañana siempre resultaban muy complicadas para la actriz, se despertaba entre lágrimas, no había noche que no soñara con estar en el escenario de nuevo, esperando que el telón se levantara para interpretar la escena de cualquier obra con la pasión desbordante que se le caracterizaba, se notaba en cada línea que pronunciaba, pero para tristeza suya todos eran sueños, sueños que la elevaban y la tiraban al suelo con fuerza, lo comparaba con aquel estremecedor golpe que casi la deja sin vida. No obstante, gracias a Dios tenía vida, pero todos los días, después del accidente, han sido un completo desastre. Desde que se encerró en su mansión la única que ha estado a su cuido es su madre Eliza Danvers, una médica retirada de hacia bastante tiempo que, por desgracia un año después del accidente, quedó viuda, dedicándose por completo a ayudar a su hija menor. La ayudaba con su aseo personal, con la preparación de sus comidas y muy importante su medicación, aunque la señora Danvers no entendía muy bien por qué no quería operarse, podría retomar su vida de nuevo, quizá no ser la actriz de siempre, pero al menos podría terminar sus estudios y empezar de cero. Cada vez que trataba de sacar conversación sobre ello, la rubia se abstenía encerrándose por horas en su pequeño estudio de música.

Sin embargo, nadie entendía lo que sentía o pasaba por la mente de Kara, al menos eso se hacía creer ella, estaba sumergida en una depresión, solo que no se demostraba débil frente a su madre, ni con los pocos empleados que llegaban una vez por semana al mantenimiento de la mansión, no quería la compasión ni lástima de nadie. Todo su ser seguía sin entender por qué le pasó a ella precisamente, si nunca le había hecho daño a nadie, ni siquiera una pequeña humillación. Más bien desde que comenzó su carrera artística, decidió ayudar a Midvale, ya sea mejorando centros médicos, infraestructuras o bien regalando becas para que los más jóvenes pudieran acceder con mayor facilidad a la Universidad de National City. Esa era una de las tantas cosas que le dolían, no poder seguir ayudando, entre otras tal vez banales para cualquiera que la escuchara, extrañaba caminar por las calles de New York y ser detenida por alguna fan o algún fan que pedían una foto y un autógrafo suyo. Extrañaba escucharlos decirle lo mucho que les gustó la obra o lo bien que actuaba, extrañaba caminar por el Central Park o bailar de forma improvisada en cada ensayo, lo extrañaba todo. Antes de su invalidez había conseguido el protagónico para: Romeo y Julieta. Se sentía emocionada, interpretarla en la secundaria era una cosa, en Broadway evidentemente otra, más emoción en ella no pudo haber. Sin embargo, parecía que la trágica obra pasó a ser una tragedia real.

Cada vez que terminaba de ser ayudada con su aseo y vestimenta se trasladaba con su silla de ruedas hacia la enorme puerta escurridiza de vidrio que daba hacia su jardín extenso, tampoco le gustaba salir, ni siquiera ahí, sentía como el sol la quemaba, tal como si fuera una ficticia vampira salida de la novela Drácula - Bram Stroker. Ahí pasaba sus horas viendo su reflejo frunciendo su ceño viéndose en la silla de ruedas, recordando todo con profunda angustia, no tenía amigos reales, solo Winslow, que la visitaba cuando encontraba espacio entre los ensayos de las nuevas obras en las que conseguía papel. También era visitada por su hermana mayor Alexandra, amaba sus visitas, la hacía sentir como si nada malo le hubiera pasado, para su infortunio, últimamente tenía muchos casos por defender, casi no podía ir a verla, pero si le mandaba mensajes o la llamaba para hacerla entender que no estaba sola.

— Kara, cariño, el desayuno ya está listo. ¿Quieres tomarlo a la mesa o acá? — se acercó de forma dulce su mamá para preguntarle. Ella no podía mentirle a nadie si le preguntaban cómo se sentía de ver a su hija menor en ese estado, su respuesta sería breve, impotente, así es como se siente, no poder ayudarla más allá de lo básico y de su compañía. No lograba que se abriera a ella, deseaba con su corazón de madre que lo hiciera y le contara lo que sentía. No recordaba la última vez que la vio llorar después del incidente, solo la veía callada, las únicas veces que la escuchaba reír, era cuando su hija mayor llegaba. La rubia no apartó en ningún momento su mirada del exterior y suspiró ya no era la misma de antes.

El Renacer De Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora