Capítulo XII

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Los días empezaron a pasar como bellas caricias del tiempo, treinta y un días más se han sumado desde la cena hasta aquel sorpresivo día donde fue complacida con un delicioso almuerzo y una noche exquisita de cine antiguo. Definitivamente ese día Lena Luthor logró sorprenderla, llenarle el corazón de una alegría inexplicable, tal como su pequeña hija Lorian, esas dos se estaban calando en su corazón, aunque la pequeña ya lo había hecho desde un principio, pero más que todo lo pensaba por su progenitora, le parecía increíble que, apesar de sus malos entendidos (por culpa propia), se estaba esmerado por llegar a ella y, por supuesto, ella no tenía problema en darle una oportunidad, o más bien, ella darse ese chance de conocerla más y ser misma, la misma Kara de antes.

Recordaba mirando a su madre arreglando el jardín, como las tardes al azar de café, pasaron a ser cosa de todos los días. Siempre la iban a visitar después de un largo viaje turístico de madre e hija, para contarle sus aventuras. Le gustaba dejar que su mente imaginara con cariño lo que le contaba y no podía evitar sonreír ante las fotografías que le mostraban. Esos lugares ella los conocía, o en su mayoría, ya que el teatro siempre la limitaba a viajar por los extensos ensayos y el aprendizaje de su guion. Amaba New York, esa ciudad que nunca dormía le abrió sus puertas para que triunfara, pero también se las cerró en el momento de su accidente. No obstante, ya no lo creía tan malo después de todo, quizá después de todo Broadway no era para ella, pero si perdurarán sus recuerdos, su pequeño legado en aquel arte la hizo ser un ejemplo a seguir, pero no seguirla a ella, sino a seguir los sueños de cada uno, independientemente de cuáles fueran, el límite es el cielo y la mente.

Sonrió intensamente mirando al cielo, cerró sus ojos, permitiéndose escuchar el soplo del viento y como este le regalaba pequeñas caricias en su rostro. Después de dos años enteros de sumergida en una depresión silenciosa sentía que desaparecía poco a poco de su ser. Debido a que poco a poco empezaba a abrirse con su nueva amiga, Lena, le contaba cuando sentía la necesidad sobre lo que pensaba y sentía, a veces lo hacía con miedo, por miedo a alguna recriminación, burla, o rechazo, pero nada de eso jamás llegaba. La ojiverde se encargaba de dar su propia opinión haciéndola sentir segura de ella misma, aprendiendo que no debía sentirse avergonzada por sus pensamientos, ni mucho menos sentimientos.

Habían días en que, compartían un silencioso momento agradable y otros donde se preguntaban cosas básicas como su color favorito, comida favorita (aunque la rubia ya había sacado la primicia con anterioridad), no estaba demás recordar su eterno amor. Sin embargo, casi nunca rozaban a lo personal y cuando lo hacían, respondían sin conjetura, hasta respetando si no lograban responder por alguna incomodidad, después de todo, estaban yendo poco a poco.

Algo que también la alegraba bastante era que, su madre dejó atrás su semblante triste por uno más alegre, aún cuando perdió a su alma gemela. Ese semblante la hacía recordar sus primeros años de vida en Midvale y lo enamorada que estaba de su padre. Frunció su ceño un poco al recordar aquél buen hombre, ese astrónomo que vivía apegado a su telescopio por las noches estrelladas, recordaba con mucho amor verlos abrazados tomando una taza de chocolate caliente en la pequeña terraza de su hogar. Así como recordaba aquellos partidos intensos de Baseball que vivía junto a él en el sofá azul. ¿Cómo podía olvidar a semejante ejemplo de persona?, un hombre siempre pendiente de ayudar los demás sin pedir nada a cambio, aquél que aceptó la orientación sexual de sus hijas sin gesticular alguna palabra hiriente, recordaba escucharlo decir a sus amigos: ningún hombre nació digno del amor de una Danvers, las chicas que tengan el amor de mis hijas lo habrá lo más valioso del mundo, siempre. Siempre las defendió de alguna burla machista, o de cualquier mente retrógrada, ese hombre que siempre respeto a su esposa como lo había jurado ante Dios en el altar y ante su familia. Ese caballero que les enseñó valores muy íntegros y sobretodo cómo ser un padre con todas sus letras. Por eso, llevaba con orgullo el apellido Danvers, siempre se encargó de hacerlo orgullo, al igual que su hermana mayor. Ni qué decir de Eliza, esa mujer a la que miraba frente a ella, también prometieron las dos hacerla orgullosa. Esa valiente mujer que las trajo al mundo, una que se comportó también como un ejemplo vivo de seguir, una doctora que dejaba hasta sus uñas por ayudar a sus pacientes, una mujer que nunca descuidó a su familia apesar de su arduo y pesado trabajo. Una que las aceptó también sin ninguna réplica, al contrario, las había abrazado con fuerza y orgullo. Esa mujer les enseñó ser una madre con todas sus letras. Y, principalmente, una que no la dejó de lado, que ha estado para ella siempre. Le dolía un poco, ahora que lo pensaba, que quizá no la hizo sentir orgullosa desde que decidió encerrar para ocultarse del mundo, pero estaba segura que esos pequeños avances que estaba teniendo la estaban haciendo sentir de nuevo orgullosa.

El Renacer De Una EstrellaWhere stories live. Discover now