Capítulo cuarenta y seis

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"Las mentiras pueden hacer que las duras verdades sean menos dolorosas, pero el dolor es esencial para el crecimiento".

Morgan Rodas.


Muy temprano a la mañana siguiente, escuché el rechinido de la puerta de la habitación frente a la mía, soltaron una pequeña maldición, me levanté, abrí ligeramente mi puerta y vi como alguien salía a hurtadillas de ella. Era una chica, con un disfraz de enfermera, tenía el maquillaje corrido y llevaba las zapatillas en la mano. Decidí salir, así en pijama.

—Buenos días—la saludé—ella me miró sorprendida—descuida, en esta casa estamos acostumbrados a las caminatas de la vergüenza. No eres la primera y tampoco la última —Decidió caminar normal—Voy a la cocina, ¿quieres un poco de café?

Asintió

—Por tu cara supongo que te hace falta, porque seguramente no dormiste anoche—Ella se ruborizó— ¿Cómo te llamas?

—Andrea

Bajamos a la cocina, ahí estaba Bertha. Me miró con cara de pocos amigos, también a Andrea.

—Descuida, así mira a las mujeres de esta casa. Te acostumbrarás con el tiempo—le dije en voz baja a la chica

— ¿Qué es lo que quieres? —me preguntó

—Sólo vengo por un café—me acerqué a la cafetera—abrí uno de los gabinetes, donde tenía los vasos y las tazas, ella me tomó de la muñeca.

—Yo te lo sirvo.

Eso hizo, tomó otra taza y se la dio a la chica. Andrea tomó la taza y le dio un gran sorbo al café

— ¿Quién es ella? —preguntó

—Ella pasó la noche aquí.

—Lo que me faltaba, que traigas a tus amiguitas a la respetable casa de las Parcas. Se han perdido los valores. Tus ancestros se deben estar revolcando en sus tumbas y más en este día.

—Me alegra que pienses eso, porque ella no durmió conmigo, sino, con...

Pero no tuve necesidad de decir con quien, porque en ese instante entró en la cocina el responsable, casi se infarta al verla parada ahí.

Ahogué una risa

Entonces Bertha comprendió lo que pasaba.

— ¿Qué es lo que haces aquí? Te dije que te vistieras y te fueras de la casa sin ser vista, no que estuvieras de comadre con mi prima y mi nana— ¿Nana? Eso tenía sentido para mí, por eso los trataba muy bien y a mí de la patada— ¿Eso era tan difícil para ti? —apretó la mandíbula, estaba furioso.

—Ella me invitó un café

—Pero se puede decir no.

—Lo siento

Sin decir más se fue. Me dio lástima la pobre chica. Ninguna mujer debe de ser tratada de esa manera por ningún hombre. Y menos por un cabrón como Max Carranza.

—No tenías porque hablarle así a esa pobre chica—la defendí

—Ella sabía a lo que venía, se lo advertí el día de ayer. Además tú no debiste invitarla a desayunar.

—Me pareció amable hacerlo, después de correrla de tu habitación. Imagina que a tu hija le hicieran eso.

—Yo educaré a mi hija para que no caiga en los juegos de cualquier patán que se le cruce en el camino

Perverso SecretoWhere stories live. Discover now