Capítulo cuarenta y ocho

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"El rápido dolor de la verdad puede desaparecer, pero la lenta agonía de una mentira nunca se pierde".

John Steinbeck.

Me quedé en el hospital, a pesar de que Max no me quisiera ahí. Me senté lo más lejos de él. Todo el tiempo me miró fijamente, con desprecio. Pasaron cerca de unos cuarenta minutos cuando vi entrar a Aarón, él actuó indiferente al verme, tenía que estar en su papel de enemigo. Vio a Max y se acercó

— ¿Sé que está aquí, como está? —le preguntó

— ¿Cómo sabes que está aquí?

—Mi hermano te vio entrar con él—lo miró incrédulo— ¿cómo está?

—Lo traje para que revisaran si tiene alguna contusión.

— ¿Fue muy fuerte el golpe?

—Está todo hinchado.

Salió un doctor bastante joven, un poco más bajo que mi primo, lo miró y se acercó a él. Estaba segura que se conocían.

—Está bien. Le hicimos varias radiografías y todo parece estar en orden. Te lo puedes llevar. Pasa, te daré algunas instrucciones y recomendaciones.

Max entró con el doctor dejándonos solos a Aarón y a mí. Caminó hasta donde estaba yo.

—Nunca pensé que esto fuera a pasar.

—Yo tampoco, pero no se puede regresar el tiempo. Siento mucho lo que le pasó, pero era algo necesario.

Él quiso decirme que todo era mi culpa, pero no lo hizo.

—Me voy—le dije—si quieres quedarte, adelante, ya vi que está bien. Además lo estaré viendo en la casa—me levanté —Estamos en contacto.

Me fui. Afortunadamente, Max seguía adentro con el doctor.

Subí al coche de Enzo y me fui con rumbo a Las Parcas.

Pasados unos treinta minutos de haber llegado, Max y Gerardo lo hicieron también. Él lo acompañó a su habitación, Bertha dijo que esa había sido de su padre en su juventud, Vaya que todo tomaba forma. Éramos, como la versión joven, de nuestros padres. Que retorcido giro.

Yo estaba en la cocina, cuando Max apareció en ella para darle las instrucciones a Bertha sobre lo que le dijo el médico de cómo tratar a Gerardo.

—Necesita descansar. Le recetó unas gotas, su habitación debe de estar oscura y no debe de gastar mucho su vista. Así que nada de televisión, usar el celular o leer. Ahorita trae unas gasas en los ojos, pero para mañana se las quitará, pero deberá traer lentes oscuros si quiere bajar con nosotros.

Ella asintió

—Lo haremos sentir bienvenido.

Esa línea me recordó lo que puso mi madre en su diario, cuando Jonás llegó a vivir aquí, después de la muerte de sus padres.

Maximiliano me miró de manera déspota y salió de la cocina, incluso de la casa, porque después de eso no lo vi por varias horas.

A la mañana siguiente, decidí hacerle una visita a Gerardo, toqué a su puerta, antes de entrar, pensé que estaría dormido. Ya no tenía puestas las gasas en sus ojos, pero sí usaba lentes oscuros.

— ¿Cómo estás? —pregunté al cerrar la puerta.

—Mejor. Gracias por lo que hiciste ayer.

Sonreí

—Descuida, no soy tan mala como creen—Eso tenía algo de razón— ¿Te dijo Max que ayer fue Aarón a buscarte al hospital?

—No. Y si estaba en el momento en que salí, no lo vi, tenía las gasas en los ojos.

—Fue a ver si estabas bien, supongo. Como no me habla desde que se enteró que soy una Carranza.

—Lo supe, lo siento—hizo una mueca

—En realidad pensé que tenía un amigo, pero me equivoqué. A los Carranza no les pasan cosas buenas. ¿Cómo tomó que fueras uno de nosotros?

—No lo sé. No he hablado con él, supongo que lo sabe porque todo el maldito pueblo conoce que soy un Carranza.

En realidad lo sabía, porque yo se lo dije cuando le pedí ayuda. Su reacción, me sorprendió, porque lo tomó tranquilo. Supuse que no le sorprendió, porque lo veía venir.

—Pero son amigos, se conocen desde niños. Creo que deberías hablar con él.

Soltó una respiración sostenida.

—Lo haré, cuando me recupere.

La habitación de él era grande igual que la mía, en ella había solamente lo necesario. Una cama, una mesa de noche a lado de ella, un escritorio y un armario. En la mesa de noche vi que tenía una foto de él, Aarón y Laura.

—Sí, deberías. Han pasado mucho juntos.

— ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué te contó Aarón?

—Nada malo, te lo puedo asegurar. Pero a lo largo de los años debieron de pasar por muchas cosas, tú los abusos de tu padre y él la muerte de Marina.

—Lo llamaré—sonrió

—Sabes, siempre tuve la curiosidad de conocer a Marina físicamente, Aarón nunca me mostró una foto de ella. Incluso en sus redes no hay ninguna de ella.

—Las borró todas y nos dijo que todos hiciéramos lo mismo, pero yo si guardé una.

— ¿Por qué?

—Porque aunque a él le cueste admitirlo, por un tiempo ella lo hizo feliz y me gusta recordar esa época en la que éramos felices y despreocupados, en la que no teníamos que preocuparnos por todo—suspiró—A veces extraño, como era mi vida en aquel tiempo, porque entre más conozco sobre mi verdadera identidad, más secretos sé de todos y de mi familia, más me hace desear nunca haberme enterado de la verdad.

Tomó su celular y lo desbloqueó con su dedo índice. Lo extendió hacia mí.

— ¿Por qué me lo das?

—Entra a mi Facebook y busca en mis álbumes uno que dice privado.

— ¿Sabes que me estás dando autorización para enterarme de muchos secretos dejándome entrar a tu red social? Puedo revisar lo que yo quiera y no lo que me estás diciendo.

—Pero no lo harás.

— ¿Por qué piensas eso? —pregunté intrigada

—Simple. Has venido aquí en son de paz.

—Puede ser una treta

—Tú y yo sabemos que eres más lista

Sonreí con malicia. Tenía razón.

Tomé el celular e hice lo que me dijo. Entré al álbum, ahí había muchas fotos con una versión adolescente de ellos, incluso salían los hermanos Carranza en varias fotos. Entonces recordé lo que me dijo Aarón una vez, que ellos fueron muy amigos, hasta el incidente de Marina.

Fotos de ellos en el lago, en el pueblo, en el cine, en la escuela, en fiestas, bebiendo cerveza, haciendo estupideces. Entonces, la vi. Mi alma se fue al suelo al ver a esa chica con ellos. No porque fuera hermosa o porque estuviera celosa, sino, porque sabía quién era, su nombre no era Marina y en realidad no estaba muerta.

Perverso SecretoWhere stories live. Discover now