Capítulo cuarenta y siete

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"Cualquiera que indique que es un buen mentiroso obviamente no lo es. Cualquier mentiroso auténticamente listo siempre insistirá en que es honesto acerca de todo".

Chuck Klosterman


Alrededor de medio día, llegó Gerardo con una maleta y todo golpeado. Tenía un ojo pequeño e hinchado y el otro rojo, aún le sangraba el labio. Estaba hecho un desastre y apenas se podía sostener. Al verlo, rápidamente me acerqué a él.

—Apóyate en mí—le indiqué

Lo llevé al comedor y lo senté ahí. Fui por Bertha para que me indicara dónde estaba el botiquín. Ella sacó uno de uno de los gabinetes y me lo entregó, no preguntó, sólo me siguió.

Se llevó una mano a la boca

— ¿Qué te pasó? —le preguntó

Su respuesta era bastante obvia.

Saqué las cosas del botiquín, con las cuales limpiarle la herida.

—Fue mi padre, no le pareció que sacara mis cosas, porque él las compró. Pero aún así las saqué y me golpeó en la calle, delante de todos. Lo tuvieron que agarrar dos vecinos y yo correr para que no siguiera, sino, en estos momentos estuviera inconsciente en el hospital.

—Esto te va a arder—le dije—le pasé una gasa bañada en alcohol por las heridas. Él dio un brinco, pero no dijo nada.

Bertha se fue.

—Sé que fuiste tú—me tomó de la muñeca—No precisamente la que puso el video, pero sí, debiste mandar a alguien.

—No sé de lo que me estás hablando

—Pero te agradezco que lo hayas hecho, porque yo nunca habría tenido el valor para afrontarlo y menos para huir.

—Tuviste el coraje para ir por tus cosas y pedirle ayuda a Max—seguí limpiando las heridas—eso es un buen comienzo. Recuerda que eres un Carranza y para nosotros todo es posible.

—Suelas igual a Max y Caleb. Con la supremacía de la familia.

—Sólo te diré una cosa, no somos como cualquier familia.

Quise que comprendiera lo que le estaba diciendo, esperaba que lo hiciera, pero sólo resonaron las palabras en su cabeza, sin significado alguno.

Le mostré mi dedo índice

— ¿Cómo ves mi dedo?

—Algo borroso

—Trata de seguirlo con la mirada

Eso hizo

Regresó Bertha con hielo envuelto en una toalla.

—No necesitarás suturas, pero si tienes que ir al hospital a que te revisen ese ojo rojo, tal vez algún vaso ocular se reventó.

Se puso, en los moretones que comenzaban a formarse, el hielo que le trajo la nana de los chicos Carranza.

—Eres buena en esto.

—Lo sé, por algo soy paramédico.

Eso era algo que nadie sabía. Después de salir de la preparatoria, estudie eso por insistencia de mi madre, ya que me serviría para cuando viniera al pueblo.

—De verdad, tienes que ir al hospital me preocupa tu ojo. Te golpeó la cabeza. Tenemos que asegurarnos que no tengas alguna contusión

—Estoy bien.

Perverso SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora