Libro 1 Capítulo 32

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La habitación donde habían practicado la autopsia se encontraba en el subsuelo de la corte, el sitio carecía de aire fresco por ende el olor estaba bastante concentrado. Había, muy en vano, unas pequeñas ventanillas altas que daban hacia el jardín posterior y luego a final del extenso pasillo había un muy arreglado despacho que era ocupado por el único doctor que vivía en el palacio. Este era un hombre de mediana edad, bastante canoso y con un extravagante bigote, que se había ganado el afecto del monarca al haberle salvado la vida cuando este era joven.

La habitación era pequeña, contaba con tan solo una camilla y una mesa donde el doctor ponía sus instrumentos quirúrgicos. El escritorio de madera se encontraba en el otro extremo, temía que sus importantes papeles se mancharan de secreciones que prefería no describir.

El hombre, consumido por sí mismo, le dio varias vueltas a una de sus peculiares herramientas sobre la mesa para tratar de quitarse aquella alocada idea que había surgido tras detenerse a observar el cadáver de aquel viejo consejero que había caído del último piso el mes pasado. Si aquella pequeña pero probable teoría que se había formado en la parte posterior de su mente era cierta, aquello conllevaría a enfrentar un montón de problemas para los que creía Francia aún no estaba lista.

Volvió a revisar, por milésima vez, el cuello del consejero que alguna vez había servido a su rey. La primera vez que lo había visto, luego de que los guardias encontraran el cadáver la mañana siguiente a su muerte, lo pasó por alto a causa del shock pero el inesperado aburrimiento que tenía le había permitido, hacía un par de horas atrás, darle otro vistazo antes del entierro y fue ahí que había encontrado las cosas que había pasado por alto en un principio.

Arrastró sus dedos por el cuello del hombre, encontrando algo de resistencia cuando trató de ladear su rostro para tener una mejor vista. En la piel del mismo no había efectos traumáticos producidos por uñas y/o dedos, lo que evidenciaba que no había sido asfixiado por una mano, pero si presentaba numerosas petequias que habían sido difíciles de identificar a causa de su pigmentación.

Sí, definitivamente eran hemorragias petequiales producto de una compresión extrínseca del cuello.

Revisó sus manos sin encontrar en estas rastro alguno de que el hombre pudiera haber estado involucrado en una pelea antes de su muerte; lo que fuertemente le llevó a pensar que había sido tomado por sorpresa o que tal vez incluso conocía a su atacante.

Se rascó la cabeza, meditando si debía o no alertar a la corte. Si el hombre había sido asfixiado, algo que temía decir en voz alta debido a las pocas pruebas que tenía para sostener aquella teoría, significaba que las cuatro paredes de este palacio alojaba a un asesino; asesino que había sido extremadamente cuidadoso para no provocar lesiones cartilaginosas e hioideas laríngeas que gritaran asesinato. Por otro lado si no advertía a la seguridad de la corte y su teoría resultaba ser cierta, el rey iba a cortarle la cabeza sin importar si antes le había o no salvado la vida en su infancia.

Tomó las arrugadas notas que había dejado descansando en su escritorio y a paso apresurado subió las escaleras rumbo al salón donde el monarca usualmente se reunía los martes con los adorados miembros de su corte; sitio donde el doctor juraba iba a encontrar al general de las tropas para poder platicar en privado sobre esto.

- Disculpe la interrupción, señor -Irrumpió con prisa, tratando de regular su respiración ya que esta se había descontrolado en el último tramo de las escaleras a causa de que lo había subido trotando. No tardó en percatarse de la presencia del rey Alaric, este en la cabecera de la mesa y con su atención puesta en un mapa que representaba a la región- Su majestad, buenos días -Hizo una reverencia muy poco prolija, ajustándose el cuello de su túnica mientras acomodaba los papeles bajo su brazo.

Si solo fuera Hope -Hosie 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora