Capítulo 04

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T E S S A N D R A 

Mi madre me tiende una nota con una dirección.

—Necesitan una costurera de emergencia, ¿podrías ir y recoger las prendas que te darán?

No necesita pedírmelo dos veces, minutos después ya me encuentro bajando del taxi que me lleva hasta la zona más elegante y ostentosa de Hartford. Las calles son extensas por la inmensidad de los terrenos, pareciera que estoy dentro de un campo de golf con todos esos jardines y árboles que separan una mansión de la otra. El taxi arranca tan pronto desciendo, quiero rogarle que vuelva porque la inmensa reja de forja me asusta un poco, enredaderas se envuelven alrededor de los barrotes, me hace pensar en una casa encantada.

Con cautela me aproximo y asomo la cabeza entre los tubos, no alcanzo a ver demasiado, lo único que puedo distinguir es un camino de concreto delimitado por árboles. A mi lado izquierdo hay un timbre, en la nota no dice si tengo que llamar a la puerta o esperar afuera. Presiono el botón y espero. Inmediatamente se escucha una voz que me habla por el interfono, hay un círculo diminuto sobre la bocina, por lo que creo que alguien me está observando desde el interior.

—Buenas tardes, ¿se le ofrece algo? —pregunta la que creo es una mujer.

—Vengo de parte de Romina Johnson a recoger unas prendas.

Mi madre usa su apellido de soltera desde que pasó lo de mi padre, yo no he podido deshacerme de él, es un recordatorio de que llevamos la misma sangre, de que compartimos un pasado que no me trae buenos recuerdos y preferiría olvidar.

—¡Oh, claro! ¡Pasa! —exclama—. Sigue el camino, te veré en la puerta.

No se abren las puertas dobles, solo una puertilla en uno de los costados, esta se cierra tan pronto me encuentro en el interior. Ahora puedo ver un poco más, pero el follaje de los árboles sigue ocultando lo que hay detrás. Me tardo unos minutos en llegar, cuando lo hago mi mandíbula cae abierta. Ya sabía que me encontraría con una mansión, pero tenerla frente a mí es impactante.

Parece una casa antigua por su aspecto colonial, hay más enredaderas en las paredes de piedra, decenas de ventanas, balcones y, en el centro, unas escalerillas que desembocan en una puerta de madera labrada. Bordeando la casa hay jardines donde hay arbustos, florecillas y sillas de metal que lucen más caras que toda la ropa que he tenido en mi vida.

Del interior de la casona sale una señora de cabello blanco y sonrisa amable, cierra la puerta y baja las escaleras sin dejar de llamarme con su mano. Apresuro el paso para encontrarla en la mitad del camino.

—¡Qué bueno que llegaste! Te estaba esperando —dice—. Vamos por la puerta de atrás... El joven está en casa y tiene visitas.

Lo último lo dice a modo de explicación, pero ya estoy acostumbrada, no necesita explicarlo. Cuando paso a recoger o a entregar los trabajos de mamá, la mayoría de los clientes mandan a sus trabajadores a atenderme y rara vez abren la puerta principal, algunos ni siquiera te dejan entrar al terreno. Empieza a caminar sin darme la oportunidad de responder, se mueve como un rayo a pesar de su edad avanzada.

Gardenia © ✔️ (TG #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora