2. Torbellino de emociones

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Nunca se cómo despedirme de todo aquello que me rodea. Recuerdo que cuando era pequeña detestaba tirar esos juguetes que ya no usaba, la sensación de que les hacía daño tirándolos o lo que es peor, les fallaba con esa traición después de todo lo que me habían dado a mí. Horas y horas de juego y diversión que iban a parar a un contenedor camino al basurero. Por ello hacía que mis padres lo guardasen todo en cajas, me comía por dentro el pensar que algún día quizás me apetecería jugar con ellos o simplemente verlos y no los tendría por lo que era incapaz de deshacerme de un solo juguete. Finalmente con la edad los fui donando y dando una vida más longeva que la que mi yo de pequeña se imaginaba.

La situación de ahora no era para nada la misma, pero sin duda se asemejaba un poco. Los últimos días en casa los pase recorriendo todos esos rincones que me encantaban pensando que sería la última vez en mucho tiempo y lo mismo cuando quisiese volver por aquí no quedaría nada de ellos porque así es, las cosas cambian, un día todo está en calma y al siguiente una fuerte ola golpea contra la orilla llevándose con ella todo lo que puede, vida y paz.

Lúa se había pasado el último mes junto a mí, saliendo por la mañana a la playa aunque odiase la arena, obligándome hacerla dos trenzas de boxeo cada vez que podía y esa era la excusa para llevarme con ella a cualquier sitio luego por la noche donde bailábamos, cantábamos y nos dejábamos llevar por el ritmo de la noche hasta llegar al amanecer en la playa. Todo lo que no había hecho hasta ahora por estar cohibida por los estudios lo hice en solo un mes, mi primer beso, mi primera borrachera y ese primer momento de intimidad con un chico que hizo que Lúa me invitase a una ronda gratis de chupitos. Sin duda tenía a la mejor amiga que podía haber ya que aprovechamos cada gota de ese verano que se nos escurría entre las manos.

El último día lo pasó en mi casa, sin importar que tuviese que madrugar para ir al aeropuerto temprano ya que mi vuelo era de esos que salían pronto. Constaba de varias escalas, la primera era de Galicia a Madrid, podría haber escogido la opción de ir en coche, pero prefería hacer todo del tirón en un avión. Después en Madrid debía hacer tiempo para que una hora después coger el segundo vuelo hasta el aeropuerto internacional de O'Hare, lo que suponía nueve horas y cuarenta minutos sentada en un asiento mientras sobrevolaba todo el océano hasta llegar a Chicago. Nuevamente una escala esta vez de dos horas y cincuenta minutos me retendrían en un aeropuerto que sin duda aprovecharía para intentar acostumbrar mi cuerpo al jetlag que me provocase no solo el cambio de hora sino todo el camino hasta allí, además de estirar mis piernas del insufrible viaje para terminar cogiendo el último vuelo desde Chicago hasta San Francisco con solo cuatro horas y cuarenta minutos de viaje que serían el final de mi vida si es que sobrevivía a esas diecinueve horas y veinticinco minutos desde mi casa hasta la que será mi futura casa.

Las despedidas no han sido nunca mi parte favorita de las películas y menos de mi vida. Por ello que Lúa esté conmigo hasta el último momento solo hace más que alargar ese momento de besos y abrazos eternos aunque también me ayuda a calmar los nervios que me comen pensando en si llevo todo el equipaje que debería llevar porque una cosa está clara y es que cuando una se va de viaje para unas vacaciones nunca sabe si lleva ropa suficiente o si el gel de ducha le durará toda la estancia, pero está claro que cuando vas a pasar un año de tu vida fuera esas dudas de llevar todo apunto se incrementan junto con el pensamiento de "¿allí tendrán de esto?". Gracias a mi padre tengo la respuesta que es obvia, no lo tendrán, no habrá un supermercado como el de al lado de mi casa, ni un bazar donde poder acercarme cada mañana a por el pan, pero habrá cosas que lo sepan sustituir.

El despertador nos avisa a Lúa y a mí de que debo estar ya casi con la maleta cargada en el maletero del coche, por suerte mi padre ya está listo para cuando mi mejor amiga y yo empezamos a movernos por toda la casa para prepararnos, sobre todo yo que recorro los mismos sitios al menos cinco veces. Entro y salgo del baño. Voy a la cocina y remuevo las cosas de las estanterías para luego perderme por el salón intentando memorizar cada cosa, la posición de los libros, los cuadros que hay colgados o las fotos de la familia al completo en cada hueco que mi madre pudo ponerlas.

Un amor de ida y vueltaWhere stories live. Discover now