•Capitulo 3•

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Emma/Harry

Esta vez, había escapado de su vida, no creía que hubiese algo peor. Desde que tenía memoria, Emma había sido víctima de un pasado que no olvidaría jamás, el vivir con su padre era más que suficiente como para saber que se sentía tener una pesadilla viviente.

Emma, otra de las presas de este lugar lleno de dolor y sufrimiento, vivió con su padre años de desgracias, su padre se encargaba de hacerla sentir dolor. Solía pegarle hasta que se cansaba, se desquitaba con ella y la golpeaba con brutalidad cada vez que llegaba ebrio.

Había tratado de deshacerse de el, pero le fue imposible... Hasta ahora, donde al fin luego de años, logró librarse de el. Teniendo entonces dos opciones, ir a un orfanato o venir a el internado Leiden, al parecer sin saber que pasaba, escogió el internado, de inmediato se formó un viaje y efectivamente para que jamás supiera de que se trataba realmente. Se durmió, o debería decir... La durmieron.

Al llegar, todo parecía normal. Ya saben, alumnos, maestros y habitaciones.

Emma, jamás fue de socializar mucho pero su torpeza la hizo conocer a Harry, un chico que a pesar de tener ciertas habilidades, venía del mismo mundo que ella. El tuvo que aguantar peleas en su familia, pero no fue grave... Con el tiempo se vuelve costumbre.

—Lo siento—dice el chico cuando nota que un par de cosas se caen.

—esta bien, no importa—Emma no levanta su mirada y recoge sus cosas.

—¿estas bien? ¿No te golpee ni lastime? —la mira con detalle cuidando de no haberla lastimado.

—no, estoy bien. En serio... Gracias.

Harry sonríe satisfecho y aliviado.

—tengo que ir a clases, permiso—Emma se abre paso por el pasillo y sin mirar atrás sigue su camino, hasta su clase de matemáticas.

Al entrar, la mayoría de miradas se posan en ella, sin embargo trata de no prestar atención y se sienta en frente como suele hacer.

A pesar de su dura vida, siempre fue buena estudiante, aunque las matemáticas y todo lo que tenía que ver con fórmulas y números, eran complejos muchas veces, no le resultaban tan mal. No, hasta que conoció este lugar.

El maestro aún no llegaba, así que se mantuvo con la vista sobre su cuaderno todo el tiempo, escuchando murmullos y risas que le recordaban a sus compañeros anteriores, quienes también hacían su vida una miseria.

De repente, un silencio absoluto se hizo en el lugar, curiosa levanto la vista y por primera vez vio a su profesor. Era alto, tenía una barba muy bien afeitada, su rostro mostraba autoridad e inculcaba miedo, su mirada intimidaba a todos, o no sabía si solo era a ella por ser nueva. Vestía un traje elegante que le daba un porte de seriedad y sin duda no tenía más de 28 años, muy joven para ser profesor de una materia tan aburrida quizás.

—El día de hoy, buenos para nada—habla el maestro dejando sus cosas en su silla— haremos un repaso... Porque son tan estúpidos todos, que aun no son capaces de hacer algo bien.

Emma se mantiene quieta, sintiendo que cualquier movimiento podría molestar al maestro. Su vista se fija en la pizarra, donde empiezan a aparecer un sin fin de ejercicios que la marean de solo verlos.

—este tema, el teorema de Pitágoras y... La fórmula de Newton, ya se había trabajado, por lo que solo explicaré una vez... Y enseguida, harán entonces 500 ejercicios de cada uno. Además—se gira para ver a sus estudiantes— harán un ensayo de cada tema, que contenga un mínimo de 40 hojas blancas, sin espacios.

La mayoría, tal vez estaban acostumbrados a eso, a tener mucho trabajo con tan poco tiempo. Pero para los nuevos sin duda sería un reto.

La clase fue silenciosa, en la explicación  todos prestaban atención, pero Emma apenas si recordaba todos los pasos y aunque tomó nota, aun faltaban detalles que eran importantes.

Llega el momento de hacer los ejercicios, pasaron horas, al menos las 2 de la clase y al finalizar, suena la campana.

Emma se levanta y con nervios, entrega su trabajo, sabía que la nota sería pésima. Después de todo ni siquiera había terminado los primeros 500 ejercicios.

Dispuesta a irse, toma sus cosas y no mira a ningún lado más que al frente.

—Señorita... White—escucha su apellido venir de los labios del maestro, cosa que de inmediato la hace tener un escalofrío.

Emma se gira con lentitud mirando al suelo.

—¿S-si? ¿Que pasa profesor? —dice con voz temblorosa.

—¿usted es nueva?

—Si, señor—muerde su mejilla interna con nervios.

El silencio reina de nuevo, dejando sólo eco de los pasos de los demás que se habían ido ya. Siente la mirada del maestro encima y eso es lo que más le disgusta, sin embargo el sonido de la puerta cuando se cierra de una manera salvaje, la hace dar un pequeño salto de impresión.

—Señorita, dígame... —se oyen los pasos del maestro caminar hacia ella— ¿acaso no sabe... Que es de mala educación no mirar a los ojos de una persona, cuando le habla?

—lo siento... —sube la mirada con lentitud y mira los ojos del maestro que solo le causan temor.

—así esta mejor... —el maestro, cuyo nombre creo que ya es bueno decir: Cristhian. Da pasos alrededor de la intimidada Emma.

Detallandola, no como nueva, ni como alumna sino como presa, como quien lo alimentara con ese miedo y con las súplicas que gritara pidiendo que pare.

—¿necesita... Algo profesor? —se atreve a preguntar ella.

—si, la verdad es que si. Verá señorita—pone las manos en su espalda y saca el pecho dando impresión de autoridad— no término los ejercicios, no término el trabajo... Razón por la cual, ya reprobó una nota.

Emma, no es capaz de decir nada.

—eso, merece un castigo señorita y como aún no sabe como son mis castigos tendré que mostrarle—se acerca a ella de una manera amenazante.

El huele su miedo. Sabe que le teme.

—¡Suelteme!... ¡Por favor!

Leiden: El internado || EDITANDOWhere stories live. Discover now