Capítulo. 8

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Las ligas mayores.

Los hermanos Zemo, Sam y Bucky fueron llevados por unas grandes escaleras, que terminaron convirtiéndose en un gran pasillo hacia la oficina de Selby. En todo el camino pudieron notar personas trabajando en la preparación de algunas drogas y como armas de distinto calibre se encontraban perfectamente ordenado sobre unas mesas. La música del bar dejaba de escucharse poco a poco hasta que el sonido desapareció enteramente.

Barnes se acercó un poco a la vizcondesa, aprovechando que caminaba tras ella. Tenía algunas dudas que si no retiraba de su cabeza en ese mismo instante. —Oye.— Llamó él.

Constanza sonrió al escuchar quién la llamaba y giró su cabeza para ver al hombre por encima de su hombro. —¿Qué?— Preguntó en un susurro y con los ojos desbordantes de curiosidad.

—Allá abajo me ordenaste atacar a esos hombres, lo que me leva a suponer que, conoces bien las palabras utilizadas hace años en mí y que ya dejaron de controlarme, ¿o me equivoco?— James susurró su pregunta justo en el oído de la chica, debido a que la diferencia de altura lo hacía inclinarse un poco para poder ser escuchado.

Constanza giró su cabeza un poco más, dejando que sus labios  estuvieran muy pero, muy cerca de los del ojiazul de Indiana. —Le puedo explicar más tarde si lo desea, Sargento Barnes.— Comentó.

Ambos se quedaron observando fijamente a los ojos por unos eternos segundos, azul y verde luchando enfurecidos por ganar una guerra inexistente. Lastimosamente, ambos deberían apartarse cuando un escolta de la dueña del bar abrió las puertas de la oficina, dejándolos pasar.

Bucky no pudo evitar pensar en lo verdaderamente hermosa que era la rubia pero, después de analizar en su cabeza su rostro, notó el parecido que ella tenía con su amigo Steve, o quizás se lo estaba imaginando. Por otro lado, Constanza no podía estar más encantada de ver de cerca al soldado y pensó en lo hermoso que seguía viéndose después de años. Volvieron a sus papeles, al entrar al despacho donde dominaba el color marrón y las luces led.

—Debería saberlo, Barón. La gente no entra a mi bar y exige cosas.— Le recordó una mujer de cabello blanco y muy corto desde su asiento en el sofá. Ella era Selby.

—No es una exigencia, es una oferta.— Corrigió Helmut colocándose frente a la señora.

—Todo cambió desde que estuviste aquí.— Anunció, viéndolo con atención. —Creí que te pudrías en una cárcel alemana. ¿Cómo escapaste?— Preguntó la mujer curiosa.

—La gente como nosotros siempre halla una forma.— Les contestó el Barón sonriendo.

Connie fue la última en entrar a la oficina, ya que se quedó atrás colocándole el silenciador a su arma y luego de cerrar las puertas, su mirada se encontró con la de Selby.

—¡Aw! La familia está reunida de nuevo. Me encanta.— Fastidió Selby arrugando la nariz y aplaudiendo un poco, para la rubia en la sala, la anciana era un dolor de muela jodidamente fastidioso. —¿Ya te dijo que también estafa a la gente?— Le preguntó la gerente del bar al Barón.

—Ya estoy grande, Selby... Y mi hermano no merece mis explicaciones.— Dijo la rubia muy seria, tomando asiento en sin sillón frente al gran sofá dónde la otra mujer estaba posada. —Helmut, habla primero. —

I WANNA BE YOURS • Bucky BarnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora