1. ¡Hogar, dulce hogar!

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Charlotte Harrison


Dejo que la vitamina D se esparza hasta la parte más escondida de mi piel recostada boca abajo en la tumbona. Llevamos dos semanas disfrutando del cálido despertar hospedados en un hotel cinco estrellas con balcón y vista al mar en Hawái.

Hoy, precisamente hoy cumplimos un año de casados. El haberme casado con un cirujano plástico reconocido tiene sus beneficios. Y no, no lo digo porque me haya hecho alguna cirugía, si no por lo bueno que es en su trabajo. Así es, mi marido Oliver Archer es un buen cirujano.

—¡Charlotte! —exclama Oliver saliendo al balcón.

Levanto la barbilla mirándolo de reojo bajando mis lentes oscuros de sol. Luce perfecto: es un hombre alto, de piel perlada y de ojos azul claro. La barba de tres días es su atractivo y ésta hace contraste con su cuerpo ejercitado y definido.

—¿Qué pasa cariño? —pregunto sabiendo perfectamente lo que me dirá.

—¡¿Qué haces desnuda ahí?! ¡Ven acá! —ordena.

Oliver Archer es un ser comprensivo, dulce y es el prototipo de príncipe azul que me encanta y me derrite con sus demostraciones tiernas de amor. Excepto cuando está molesto. Porque cuando se molesta es un ser completamente lo contrario a un príncipe.

—Cariño, estoy tomando el sol.

—Alguien podría verte —habla.

—¿Quién? ¿Un helicóptero?

Vuelve a la habitación, y en menos de un minuto regresa con un albornoz rosa pálido de seda estirando la mano para que me lo ponga.

—Que amargado —bromeo con una sonrisa en los labios —. Todo el tiempo ves senos y nalgas, ¿Qué más da si ves el mío? —adjudico colocándome la prenda alrededor de mi cuerpo.

—Cariño... —murmura alzándome la barbilla en cuanto paso frente a él —Lo que aún no te queda claro es que todos tus atributos son naturales y deliciosos, de los cuales solo quiero deleitarme yo como espectador.

Suelto una risilla.

Es tan alto que apenas si puedo mirarlo a los ojos. Me muerdo el labio inferior tratando de provocarlo. Con la yema de sus dedos recorre el escote en uve del albornoz acariciando después las aureolas que se forman en mis voluminosos senos.

—No me provoques cariño —susurra inclinando su cabeza para acariciar mis labios gruesos con los suyos —, que se nos hace tarde.

—Lo sé —contesto encogiéndome de hombros.

Doy media vuelta encaminándome al baño. Me coloco la ropa interior seguido de un fresco vestido color blanco. Ajusto las sandalias de plataforma, y en menos de nada Oliver ya está listo con el mozo y el equipaje por un lado. Luce tan fresco y varonil con un conjunto fresco color azul claro y sandalias de piso color negras. El cabello rizado y húmedo le cae por la frente dejando pequeñas gotitas que se cuelan por las hebras negras de pelo que le cuelgan. « ¿Existirá un ser menos exótico como lo es él?».

Me escrudiña con los ojos al notar que ni siquiera llevo sostén. Pero es que así soy, desinteresada en cómo se me quede mirando la gente por mi forma de vestir, despreocupada por lucir como una chica de cabaret. Soy de caderas anchas, cintura pequeña con senos y trasero voluminoso. Al principio, cuando apenas tenía dieciséis años y notar que no me había desarrollado, creí que me quedaría así de por vida. Pero todo cambió al cumplir los dieciocho. Mi cuerpo creció de la nada y en cantidad no exageradas, pero si notorias.

Hoy, a mis veinticinco, soy de las mujeres que come de todo pero que aun así sale a trotar por las mañanas. «Con pesadez, pero salgo a trotar por las mañanas».

Esperamos a que pase el coche que nos llevará al aeropuerto para abordar de regreso a casa: Seattle.


(***)


El recorrido largo y cansado por las horas de vuelo no fue suficientes para la escala que hicimos.

—¡Hogar, dulce hogar! —canto con felicidad entrando al departamento.

Oliver y yo vivimos en un departamento a unas cuantas calles del hospital donde trabaja. Para mi fortuna, mi trabajo queda a menos de una hora de recorrido por la ciudad.

Amo mi trabajo, ya que consiste en estar detrás de una buena computadora desarrollando el sistema de la empresa para la que trabajo: Software Developers Inc. Así es, trabajamos como desarrolladores de Software para compañías de todo el país.

Los pies me duelen, así que me encamino a la estancia amplia del departamento. El lugar es un piso común y corriente. De treinta pisos, nos encontramos en el numero veinte. El lugar consiste en una estancia con balcón de cuatro por cuatro, lavandería, sala, cocina con una isla y su respectivo comedor, así como un par de habitaciones con baño y ducha incluidos. No es el más lujoso del edificio, pero tampoco carecemos de ellos.

Me encamino por un pequeño corredor donde yacen las dos habitaciones, me meto a la nuestra y decido quitarme la ropa para poder tomar una ducha. Ni siquiera desempaco, estoy tan cansada que apenas me bañe sé con seguridad que caeré rendida en la cama.

Me meto al cuarto de baño abriendo el grifo metiéndome después bajo la lluvia artificial de la regadera. El agua fresca me recorre hasta las partes que ya no están escondidas llevándome a un lugar relajante cuando cierro los ojos. Pero para mí mala suerte el timbre del teléfono inalámbrico resuena por todo el piso. Espero a que Oliver conteste para después seguir con mi momento de relajación absoluta.

Después de unos minutos escucho cuando se abre la puerta del baño, seguido del sonido de la hebilla de su cinturón cuando cae al suelo. No me vuelvo ni nada, simplemente me quedo esperando a que Oliver corra la puertecilla de cristal que divide la ducha del retrete. Permanezco de frente a la regadera mojando mi cuerpo desnudo en la espera de sus manos. Con la yema de los dedos recorre un camino desde mis muslos hasta el monte de venus. Se me escapa un suspiro placentero con la espera de más. Éste sigue su camino por mi abdomen, así como también continúa hasta mis pezones erectos.

—¿Quién era? —pregunto en un jadeo.

Recuesto la cabeza en su hombro, y contesta:

—Marcus —masajea mis puntas con suavidad —. Era Marcus, en unos días viene con su esposa Mercy.

—¿Tus amigos? —me vuelvo frente a él repentinamente.

—Si cariño —contesta tomándome de la cintura.

—Que raro que vengas ¿No crees? —inquiero —, digo, no los conozco ni nada, pero es raro.

—Lo sé —prosigue frotando su miembro en mi trasero —. Pero son mis mejores amigos, no los he visto en años y tú ni los conoces.

—En eso tienes toda la razón —digo con tono burlón.

La lluvia artificial cae para ambos. Ni siquiera pongo atención a lo que dice después ya que me distraigo tomando su falo. Perfecto, largo y grueso que comienzo a sacudir para que suelte un jadeo.

Sin duda, no me equivoqué con Oliver. Cinco años de novios y uno de casados, fueron suficientes para saber que él es y será siempre el amor de mi vida.



PERVERSOS 1° SeducciónWhere stories live. Discover now