32. Mala imitadora

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Oliver Archer

Escucho la puerta abrirse, y cuando pienso que mi mujer está por adentrarse a la ducha conmigo, ella desiste. Cierra la puerta y se va.

No hay día y noche en el que no ronde por mi mente la tarjeta con ese mensaje escrito a puño y letra por otro hombre. La caligrafía fina, y la intensidad de esas palabras escritas son lo que terminan con mi paciencia.

Los malos pensamientos, las dudas y las acciones de Charlotte me tienen vuelto un manojo de nervios, y sólo me llevan a un precipicio pensando que sí, mi mujer posiblemente me está engañando con otro.

Suelo ser ese hombre correcto, educado y accesible cuando así se requiere, pero con Charlotte se va al carajo ese hombre centrado, que no se deja llevar por prejuicios y tampoco por falsedades.

Ella me conoce, no soy un santo, tampoco un imbécil. Soy insistente, minucioso y si mi sospecha es cierta lo primero que verá ese hombre será el pozo de su funeral.

Termino de ducharme. Salgo a la habitación con Charlotte esperándome con su diminuta lencería color negra. «Me fascina ese color en ella». Contemplo con la mirada cada parte de su jugoso cuerpo. Es ese tipo de mujer que, con tan solo verla te pone caliente cada parte de tu anatomía.

Esto es lo que siempre hace, manipularme con su candente cuerpo, con sus ansias y sus ganas de follar. Es una diosa en la cama...

Me le acerco con cautela, venerando su glorioso cuerpo. Se acaricia los montículos de carne que tiene como senos, pero eso no es lo que más me gusta de su cuerpo. No, lo que más me gusta son sus labios rojos y la perla roja que le adorna la entrepierna.

«Es mía, nadie me la quita».

Se abre de piernas, no tengo tiempo ni siquiera de mirarle la cara, porque solo me dedico a tocarla. La arrastro hasta la orilla de la cama tomándola de los tobillos, me le trepo encima y ella acaricia mi pecho húmedo por el agua, con suavidad. Con su mano, me rodea el falo endurecido y listo para penetrarla, pero no lo hace, no lo direcciona a su húmedo canal, lo pasea sobre sus pliegues con los ojos cerrados y mordiéndose los labios. Está urgida, lo noto. Pero lo que más noto es que ni siquiera me está mirando como lo ha hecho durante años.

Casi seis años a su lado y me sigue gustando como el primer día en el que la vi y le enderecé su fina y puntiaguda nariz.

—Métela cariño, me estas torturando —le susurro cuando me le monto encima.

—Espera...

La voz le sale como un hilo fino. Me detengo, disfrutando de la forma en la que sube y baja el falo rodeado por su mano. Le tomo una de las puntas erectas de sus senos, sobre la tela de encaje, llevándomelo después a la boca cuando le hago la tela a un lado. Chupo como suavidad disfrutando de su carne que me pone caliente y... Suelta un gemido de placer. Sé lo mucho que le gusta eso.

—¿Recuerdas nuestro primer beso? —le digo.

Asiente, aún con los ojos cerrados. Recordar ese día es volver a la razón por la que la amo tanto. Un beso bajo la lluvia, y las miles de sensaciones por recorrer su perfecto cuerpo de mí se apoderaron. Podré ser romántico cuando me place, y con ella lo soy porque se merece el mundo.

Le quito la mano de mi miembro, y así sin más lo clavo en su humedecido canal.

—¡Joder! —se queja cuando entra.

Me eleva el ego de tener el miembro entre sus piernas, una mujer como ella merece que le bajen la luna y las estrellas...

Pero la duda vuelve avasallándome como una tormenta. Las señales son claras, su indiferencia, las llamadas y los mensajes que ya nunca contesta, las marcas en su cuerpo cuando piensa que yo no me doy cuenta, sobre todo la primera marca en el cuello cuando la vi. Mis dudas crecen, el enojo y la irá aparecen y...

PERVERSOS 1° SeducciónWhere stories live. Discover now