9. Baile culposo

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Charlotte Harrison

No he salido de la habitación, Oliver no deja de tocar la puerta pidiéndome disculpas por lo sucedido el día de ayer con los celos que siempre le ha tenido a Izan. Pero la realidad es otra. No quiero ni mirarlo a los ojos y que se dé cuenta que le he sido infiel con su mejor amigo.

Sigo acostada en la cama de la habitación de huéspedes. Tantos años juntos y es la primera vez que hemos peleado de ésta forma y que yo no he dormido entre sus brazos. No puedo mirarlo a la cara, me siento culpable por haber follado con la persona que más aprecia en éste mundo, y ese es Marcus Meyer, su mejor amigo.

Cuando escucho que sale del apartamento, es cuando decido salir de la cueva. No puedo seguir haciendo esto. Debo enfrentar mi realidad y aceptar que me he equivocado. Que he cometido el peor error de mi vida al haberlo engañado. No pude pegar el ojo en toda noche después de eso, después de haber follado con Marcus, no una, ¡Si no dos veces en un mismo día!

Tomo una ducha rápida, me cambio y poniendo los tacones altos y un vestido color vino ajustado. Tomo mis pertenencias y el saco. He hablado con Nay por la noche, me desvelé con ella explicándole lo que he hecho y no ayuda el hecho de que mi mejor amiga se ha quedado callada. Cuando se llega la hora, salgo del apartamento implorando al cielo que no aparezca el señor oscuro. Y para mi fortuna, la suerte está de mi lado porque ni siquiera me lo topo ni en el ascensor ni en la recepción del edificio.

Salgo a la fresca mañana de octubre con mi saco en mano color blanco. Nay ya se encuentra esperándome frente al edificio con una cara de sonriente. Quiere que se lo cuente con lujo de detalles seguramente.

—Suéltalo. —Ordena en cuanto arranca el motor.

—Ya te conté todo Nay, no me hagas repetirlo —digo recargándome en el respaldo del asiento.

—Maldita, dos vergas para ti solita —agrega con diversión.

Cierro los ojos hasta que llegamos al edificio de la empresa. Nay se estaciona y ambas bajamos caminando hasta la recepción.

—Buenos días señoritas —nos saluda el príncipe encantador.

—Buenos días —contestamos al unísono subiéndonos los tres al elevador.

—¿Quién baja primero? —pregunta el rubio.

—Yo —respondo —. Piso número once.

Nay y yo nos posicionamos hasta el fondo. En ocasiones, mi amiga me señala el trasero de nuestro jefe como si estuviera diciéndome lo bueno que está. Pelo los ojos, y ella es tan descarada que no puedo aguantarme las ganas de mirar.

Cuando suena el ding, salgo del elevador a toda prisa. Siento la tensión, y me pregunto si el príncipe encantador tendrá encuentros sexuales con Nay. «Se lo tengo que preguntar».

—¡Buenos días señorita Archer!

—Buenos días Julián —devuelvo el saludo a mi becario.

Llego a la oficina para seguir con mi trabajo. No escucho lo último que murmura Julián, pero me doy cuenta de lo que ha querido decirme cuando llego a mi oficina.

Cierro la puerta con cuidado. Los ojos se me llenan de agua al ver un florero de rosas acompañadas con una cajita color turquesa. Sé lo que es, y no puedo evitar sentirme como una maldita perra que no merece ni que le regale su marido unas rosas.

Comienzo a hiperventilar. Salgo despavorida corriendo al baño que se encuentra en uno de los pasillos sintiéndome la peor persona del mundo. El pecho se me comprime, ahogo un grito y lloro a mares cuando me encierro en uno de los cinco baños.

PERVERSOS 1° SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora