38. Cita

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Charlotte Harrison

Aparco el coche en el estacionamiento del edificio donde vive Nay. Salgo de éste, tomando la maleta. Me anuncio en recepción, y para cuando llego al piso de mi amiga ésta me abre la puerta.

—¡Por Dios! —exclama, dando brinquitos.

Toma mi maleta, colocándola junto al sofá. Comienzo a reparar el lugar. Es lindo y muy colorido (no lo recordaba así). Las paredes son de un verde menta muy llamativo, y los sofás de la estancia son color café, así como la mesita de centro y la encimera de la cocina que queda a unos cuantos metros de la estancia. El lugar es cerrado, no tiene balcón, pero si dos ventanales de por lo menos dos metros.

—Ya no recordaba éste lugar —le digo a mi amiga, tomando asiento en un sofá.

—Lo sé, te desapareces. Izan preguntó por ti hace unos días —comienza hablar —, aunque te comprendo, ese proyecto en el que Derek te ha metido esta de la jodida.

—No me quejo, a eso me dedico y el código lo tengo programado en automático en mi mente —bromeo.

—Sigo sin comprender como es que Izan y tú lo hace, enserio... —añade, caminando hasta la cocina —. Preparé lasaña, ¿quieres? —asiento, sentándome en un banquito.

Comemos, tomamos vino y hablamos de trivialidades, de cosas sobre el trabajo y del príncipe encantador. Según Nay, dice que sigue con lo mismo, prometiendo dejar a su esposa. Le reprocho aquello, sintiéndome después una estúpida por hacerlo, ya que me encuentro en la misma situación que ella.

—¿Y piensas dejar a Oliver? —pregunta incrédula, dándole un sorbo a su copa.

Me encojo de hombros.

—Estoy confundida ¿sabes? Quiero a Oliver, en verdad. Pero con él ya no siento la misma llamarada que sentí cuando follé con él la primera vez.

—Por eso estas con Marcus —me interrumpe —. Conejita, de verdad tengo mis malditas dudas sobre esa relación que llevan él y tu —dice —. Todo ha sido muy...

—Rápido, lo sé. —Interrumpo.

Lo he pensado. A veces ni siquiera yo misma me creo el enamoramiento que tenemos Marcus y yo, pero lo omito. Estoy cegada, no quiero abrir los ojos y darme cuenta que todo ha sido un error. Que Marcus no dejará a Mercy y que yo me quedaré como el perro de las dos tortas; sin ninguna.

Se lo digo a Nay. Ésta se ríe de mi último comentario, pero me da la razón.

—¿Sabes qué? Dejémonos de lamentos y disfrutemos del momento ¿vale? —me anima —. Derek vendrá a quedarse hoy, así que tu tranquila, te cubriré.

—Lo sospecha Nay —le hago saber, mientras nos encaminamos a una de las habitaciones.

—¿Y? Mejor que lo sepa antes de que se entere por alguien más. Lucy, por ejemplo.

—Ella no se lo dirá —la defiendo.

—Uno nunca sabe —se encoge de hombros —. Anda, ahí deja tus cosas, claramente no se usara, y que bueno porque esa habitación la he usado muchas veces con Derek y con Izan. Es más, creo que los fluidos siguen en las sabanas a pesar de que las he lavado y...

—Demasiada información —la interrumpo levantando la mano.

Se carcajea. Después sale de la habitación y echo un vistazo rápido al lugar. Es igual de colorido que la estancia, pero las sabanas de la cama en color gris y menta. Me recuesto, tomo una siesta de por lo menos una hora hasta que se llega el momento. No he visto ni hablado con Marcus. En algún momento de todo este tiempo me pidió mi número de móvil, pero por obvias razones jamás nos hemos mandado un mensaje. Pero entonces...

PERVERSOS 1° SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora