36. Mía

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Marcus Meyer

La voz del hombre atrás de mí me suena como si fuese un eco, uno muy lejano para ser honesto. Charlotte cierra los ojos por unos segundos, y yo la suelto pellizcándome después el puente de la nariz.

—Gra... gracias —titubea, estrechando la mano tomando las llaves.

—De nada —le responde.

Quiero voltear y enfrentar mi realidad, pero lo pienso por un instante. Lo hago hasta que lo asimilo, doy media vuelta, y saludo a quien es su hermano.

—Marcus Meyer —digo.

El hombre toma la mano, con un apretón firme. Es alto, tiene un parecido a la mujer que tengo a mi lado y unos ojos claros. Esboza una sonrisa ladina, la cual trata de ocultar rascándose la comisura de los labios.

—Vaya hermanita, no te conocía así —le dice.

Por primera vez me quedo callado, sin articular palabra. ¿Qué puedo decirle? Algo como: ¡Ah sí, yo soy quien se folla a tu hermana!

—No es lo que parece —lo reprende Charlotte.

Me recargo en el capó de su coche rojo, esperando la respuesta de su hermano.

—Yo no juzgo hermanita —vuelve a sonreírle sin mirarme —, pero ¿enserio Charlotte? ¿Con su amigo? —exclama eso ultimo sin poder creérselo.

—Yo... yo...

—Si, con su amigo —me entrometo, sin expresión — ¿Y? No seremos los primeros, ni los últimos.

—No, eso me queda claro —responde él, mirándome y cruzándose de brazos presumiendo los tatuajes —. Solo estoy sorprendido, a mí me vale mierda lo que ocurra con su matrimonio. Lo único que me sorprende es que mi hermana, siendo una mujer... bueno casada, haya accedido.

Ambos se miran, él con un deje de burla y ella suplicándole con la mirada que no se lo diga a nadie.

—Hablamos más tarde —dice el tipo.

Gira sobre su propio eje encaminándose de nuevo al edificio. Charlotte a respirar con dificultad, y no me queda de otra que acercarme a ella tratando de tranquilizarla.

—Se lo dirá a mis padres —dice.

—No lo hará —eso espero.

—¿Y si lo hace?

—Qué más da, en algún momento se van a enterar Charlotte.

Niega.

—No así —inquiere —. Ya voy tarde, nos vemos en otro momento.

Me reasigno. Le abro la puerta del coche esperando a que suba en éste. Enciende el motor pisando el acelerador de la nada, dejándome ahí tirado preguntándome que sucederá después. Vuelvo al edificio caminando hasta el elevador, sin detenerme a ver a su hermano que se encuentra recargado en la pared de éste.

—A ti te estaba esperando —dice, oprimiendo el botón.

—Aquí me tienes —respondo.

Subimos al elevador sin articular palabra. Presiono el número de su piso, seguido del mío.

—¿Qué te traes con mi hermana? —pregunta, como si no le importara.

—¿Qué no ves? Somos amantes —respondo, mirando por el reflejo de enfrente su expresión.

—Claramente, ¿estas consciente que eso no los llevará a nada, cierto?

Imbécil, ¿y él que sabe?

PERVERSOS 1° SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora