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Olivia estaba por salir de la sala común, luego de tomar su varita y cambiarse de ropa.
Hasta que una voz, conocida para ella, le llamó la atención.
— Qué suerte de encontrarte— dijo esa voz—, pensé que debía destruir este tonto castillo hasta los cimientos.
La persona estaba sentada en los sillones frente a la chimenea, la cual las llamas estaban de un color verde, como si hubieran utilizado los polvos flu en ella.
— Es sólo mi cerebro haciendo una mala juganda— murmuró Olivia, terminando de bajar las escaleras y apegándose a la pared—. Es una mala jugada.
Una risa burlona se escuchó, hizo que el corazón de la Lupin se detuviera por unos segundos.
La persona se levantó de su lugar, dejando caer la capucha de su cabeza y dando a relucir su cabello rubio. Él estaba ahí.
Se veía igual que la última vez, no había cambiado nada. Eso le asustó y mucho.
— ¿Me extrañaste, cariño?— preguntó Aleksander, sonriendo con burla y dando pequeños pasos hacia la castaña.
— ¡Aléjate!— exclamó Ollie, levantando su varita—. ¡No te acerques!
— ¿O qué?— se burló el rubio—, tu varita no me haría ni un rasguño.
La ira inundó la mente de Olivia, y sin pensarlo exclamó un hechizo.
— ¡Stupefy!
Aleksander esquivó en hechizo, y miró a la Lupin con diversión.
— No, así no se dice— comentó, levantando su varita hacia ella—. Se dice así. ¡Stupefy!
El hechizo aturdidor le entró de lleno en el pecho, logrando que se estampara contra la pared y rompiera unas cosas de paso.
Su varita cayó de su mano y la muchacha inconsciente aterrizó en el piso.
Aleksander se acercó hacia ella para revisar su pulso, esperando no haber sido muy bruto con ella. Pero ella se encontraba a la perfección, respiraba con normalidad.
Después de todo iba a ser su esposa.
Tomó a la castaña y la colocó en su hombro, no sin antes dejar un pequeño recordatorio en la pared.
