Capítulo 7

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No pudo dejar de pensar en todo lo que su pequeña hermana le había confesado, se sentía extrañamente culpable: el pobre de Harry se enamoró de él y le avergonzaba de una manera desconcertante el que ya hubiese pertenecido a alguien que ni siquiera llegaba a apreciarlo; ¡se había revolcado, prácticamente, con un desconocido! Trató de tomar la cadena entre sus manos pero recordó que días atrás el ya fallecido Geert se la arrebató; soltó un suspiro cansado pensando dónde podría encontrarse y se halló preocupado por lo que Harry habría podido pensar. 

Observaba las canchas abandonadas, sólo con la compañía de los guardias, éstos pasaban a menudo, inmersos entre sus pensamientos o charlando con sus compañeros, Louis apenas se percató que el sol estaba ocultándose. Se levantó de inmediato con el último rayo y se marchó; ahora que ya no poseía la protección de Zayn se angustiaba con más frecuencia y aunque le costase admitirlo, por ello se había negado a salir de su celda más de lo necesario, y también, gran parte se debía a que no deseaba verle; el dolor, la humillación, eran muy recientes y aún quemaban. 

Al caminar entre los reos, Louis se hizo a la idea de volver a escuchar palabras ofensivas ir y venir, justo como en su primer día; se sorprendió, pues nada de eso ocurrió, en cambio le miraron de igual forma, con el mismo deseo reprimido, como si Zayn aún no retirara la orden. Llegó a su celda y guardó todo lo que su madre le había llevado, sin embargo su paz no se alargaría mucho más, a los pocos minutos el maniático guardia que antes le había mandado fregar los pisos irrumpió y le haló del brazo, haciéndole virar bruscamente. 

−¡No te presentaste en mi oficina! – Graznó entrecerrando los desquiciados ojos − ¡Te mereces otra semana de castigo! – Louis, cansado como estaba, ni se molestó en responderle, la acción pareció enfurecer más al guardia − ¡Acompáñame! – Rugió y el castaño no tuvo más opción que seguirle, irritado − ¡Tú te lo ganaste! ¡Tú lo buscaste! Ya aprenderás a no desobedecerme – Louis observó su espalda confundido, ignoraba qué demonios había hecho para ganarse el odio del guardia. 

Giraron en incontables pasillos, hasta que al final, el hombre abrió una puerta de acero al término de uno, aquellos rumbos, por consejo de John había evitado visitar, Louis se mordió el labio inferior, preocupado.

−¿A dónde me lleva? – Preguntó con cierto recelo. Isaac le mostró los dientes tal cual perro con rabia y le metió a la fuerza.

La iluminación era escasa y sólo pudo observar unas largas escaleras que seguramente conducían a algún tipo de sótano. Su cuerpo tembló. Le obligó a bajarlas y cuando éstas llegaron a su fin, con horror, Louis contempló las mazmorras; eran cerca de diez puertas, de acero y sólo con una rendija al final, por donde las bebidas y la comida pasaban, el lugar era oscuro, frío y sumamente húmedo. Isaac volvió la mirada y le observó con malicia.

Louis negó con la cabeza; la sola idea de permanecer allí por algunos minutos le aterrorizaba. Si había algo en la vida que no pudiese soportar, eso era la oscuridad.

−¡No puede encerrarme allí! – El guardia soltó una carcajada que resonó varias veces más a causa del eco.

−Miedo, lo detecto en tu voz – Con una larga llave abrió el grueso y hosco candado – Tendrás compañía, hay muchas ratas e insectos – Y volvió a carcajearse tomándole del brazo. Louis puso resistencia.

−Por favor... limpiaré lo que quiera, ¡pero no me encierre aquí! – Rogó desesperado. Isaac no se inmutó y le arrojó con fuerza desmedida dentro de la celda, Louis cayó al suelo húmedo, ahogando un aullido de dolor.

−¡Qué disfrutes de tus vacaciones! – Exclamó sarcásticamente y cerró la puerta llevándose consigo todo rastro de luz.

Levantó su cuerpo y trató inútilmente abrir la puerta, asustado, dio vueltas por la reducida celda, percatándose de las enormes goteras que caían incesantes, palpó las húmedas y mohosas paredes y se frotó las manos. La celda, era incluso mucho más fría que el pasillo de afuera y el acercamiento del invierno comenzó a sentirse. Pasaron horas, varias horas, Louis no podía saberlo con exactitud, pues ni siquiera la luz del sol podía entrar, el frío se había acentuado y el pequeño castaño ya castañeaba los dientes. Más horas se agregaron a las pasadas; congelado y desesperado, comenzó a llorar silenciosamente, las plantas de los pies le ardían como si hubiese caminado por brasas al rojo vivo. No quedándole otra opción, se echó sobre la húmeda tierra y lloró efusivo, escondiendo el rostro entre sus piernas temblorosas. 

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