Capitulo 24

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Observó su reflejo en el pequeño espejo quebrado de su celda, con ojo crítico inspeccionó cada facción, hasta cada hebra de cabello, tratando de verse lo más presentable y sano posible. Apenas pudo reconocerse; el Louis de las fotos, el que antes solía reflejarse con una feliz sonrisa en el rostro, ése Louis, desapareció gradualmente, y ahora, ni su sombra sopesaba. Sus ojos: relucientes y vivarachos, se tornaron en pozos colmados de desesperación y dolor, y justo como en los pétalos del Jacinto se puede ver la exclamación de dolor, por el llanto profuso de un dios herido, igualmente, las zafiros, patentaban agudo sufrimiento.

Louis no se percató que su piel no irradiaba más luz, que su característica aura sublime había sucumbido a su inexorable Némesis, y qué, hasta el cabello de ése color castaño tan hermoso como la miel, se encontraba cenizo y opaco. Torció los labios en una sonrisa de acíbar: amargada, disgustada.

Peinó su cabello, ya largo hasta los hombros, con esmero y dedicación, ensayando una perfecta sonrisa para recibir a su familia. Sabía, no podría engañar a su madre, y como cada fin de semana, ella le preguntaría si algo malo pasaba dentro, pero Louis respondería de igual forma: con la fingida sonrisa despreocupada, culpando a la comida y los ronquidos de los presos, entonces, la bella Jay, incrédula pero resignada, desviaría la charla, remisa a gastar tiempo valioso en discusiones.

Para Louis, esas cortas horas jamás serían suficientes, pero ya hacía tiempo que se resignó y las disfrutaba al máximo, cada segundo, como si fuera el último. Y cada viernes, no cerraba los párpados de la emoción que le acometía, su corazón latía acelerado de ansía y avaro de amor. Salió diez minutos antes de las quince horas con firme camino hacia su adorada familia, pero al llegar al recinto, no ubicó ni a su madre ni a su pequeña hermana. Pensó en el retraso por causa de algo inesperado y esperó sentado en la habitual banca, con las manos danzando sobre la desgastada mesa.

Media hora pasó, y con cada minuto, su sonrisa se apagaba. Una hora recorrió el reloj, de las tres permitidas, y sus ojos se opacaron aún más. Una hora y media, y después dos. Louis se cansó de observar la reja de entrada, sin ya ningún movimiento. Dos horas y media, pero aún tenía una efímera esperanza, hundido entre el ruido de risas, de llanto y gritos de niñitos. Ya no se molestaba en girar la cabeza hacia la reja, atisbaba, esperando ver cabelleras castañas resplandecientes; lo único que brillaba en aquel lugar siempre gris. Ellas, que siempre llenaban su espíritu cada vez más derrotado de gozo y gloria. Tres horas y el anuncio sonoro de las bocinas dando fin al sábado familiar. Louis apenas lo podía creer.

¿Algo les había pasado?... No, de inmediato le habrían avisado, es lo que comúnmente hacían.

―Comienzan a olvidarse de ti. –Era la voz venenosa de Zayn, Louis ya había aprendido a distinguirlas. Éste timbre, el áspero y vacío; el ponzoñoso, era el que más predominaba en él. Era la voz que lo enamoró.

Zayn se sentó justo enfrente, con un cigarro entre sus labios alargados por la maliciosa sonrisa que sostenía.

―Pero reconozco que eres obstinado; muy necio –continuó – ¡Esperar tres horas!, a los tres minutos yo me habría largado.

El castaño entrecerró los ojos, masajeándose la frente. Claramente hastiado por su presencia. 

― Afortunadamente, no soy como tú, y mi familia no es como la tuya – Contestó secamente.

―En lo primero estoy de acuerdo, no así en lo segundo; ¿qué hacemos aquí, entonces, charlando el uno con el otro, si tendrías que despedirte de tu familia con asfixiantes abrazos?

― ¡Eres odioso!

―Gracias –Louis le miró despectivo – Pero verás que tengo razón, un fin de semana vendrán, otro no. Se disculparán con absurdos pretextos, y un día te dirán que se mudarán porque desean empezar de nuevo, y entonces, te darás cuenta que siempre has estado solo, y que ésta estupidez de visitas familiares es sólo una ilusión para que no termines suicidándote.

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