1.- Dejar de ser.

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«Una historia no tiene principio ni fin: uno elige arbitrariamente ese momento desde el que mirar hacia atrás o desde el que mirar hacia adelante «.

—(Graham Greene, El fin del romance)

Mi espalda choca contra la pared, la primera ola de dolor llega, cierro los ojos con fuerza antes de deslizarme hasta el suelo

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Mi espalda choca contra la pared, la primera ola de dolor llega, cierro los ojos con fuerza antes de deslizarme hasta el suelo.

Elevo los brazos por instinto, cubriéndome el rostro y la piel de los brazos arde cuando el material del cinco choca contra ella con salvajismo.

La sensación no se detiene, me hago ovillo contra la pared intentando aguantar, porque sé que inevitablemente va a cansarse y entonces me dejará en paz. Los insultos llenan mis oídos, las palabras hirientes dejan sensaciones más dolorosas que los golpes que el hombre frente a mí deja contra mi cuerpo.

Cuando creo que el dolor no va a detenerse, despierto.

Estoy agitado, con la respiración entrecortada y los ojos aguados. Maldigo en voz baja antes de decirme a mí mismo que solo fue un sueño.

Excepto que no lo fue.

La escasa luz de la habitación me permite ver los moretones de mi piel, paso las yemas de los dedos sobre el brazo, no fue un sueño, fueron recuerdos de lo que la noche anterior había ocurrido.

Son las cinco de la mañana, aún tengo el tiempo suficiente para dormir porque el curso escolar no comenzaba sino hasta el día siguiente, pero sé que será imposible volver a conciliar el sueño, así que me levanto.

Bajo a la cocina intentando no hacer demasiado ruido. El mal sueño me ha dejado una sensación agridulce en la boca, abro la nevera y tomo un poco de agua, lo fresco del líquido me alivia.

Regreso a la habitación, aún con el vaso de agua en mis manos. Me cambio la ropa y me aseguro de que la chaqueta cubra por completo los moretones antes de salir de casa. Tengo la mercancía conmigo, ir a Sellwood tan temprano era la mejor opción, no había posibilidad de que nadie te atrapase.

El clima es frío, la ciudad de Portland se caracterizaba por poseer un clima que no superaba los 23 grados, era lo más cálido que podías llegar a experimentar. Y cada que había días como este, recordaba a mamá.

La última vez que vi a mi madre fue una tarde fría de diciembre, con la temperatura rozando los cinco grados y un frío que te hacía castañear los dientes. Apenas tenía cinco años, no entendía lo que estaba pasando, y nadie se molestó en explicármelo.

Tenía cinco años cuando murió, cuando lo único que dijo fue: "Se valiente" ¿Por qué tenía que serlo yo? ¿A caso ella no pudo luchar más por mí?

Tenía cinco años cuando mi infierno comenzó. Cuando entendí que estaría solo en el mundo, que no habría nadie que velara por mí, que tendría que arreglármelas solo porque la única persona que debía estar a mi lado, decidió abandonarme.

Atracción mortal.Where stories live. Discover now