4.- Cobardía.

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"Se le hace patente que solo hay dos clases de cobardes: los que huyen para atrás y los que huyen para adelante"

—Ernesto Mallo

Gema es agradable, no imaginé que mi padre pudiera relacionarse con una mujer así, no tenía idea de cuánto tiempo es que llevaban saliendo, y no me atrevía a preguntar

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Gema es agradable, no imaginé que mi padre pudiera relacionarse con una mujer así, no tenía idea de cuánto tiempo es que llevaban saliendo, y no me atrevía a preguntar. Nunca la había mencionado, y era sorprendente ver el hombre que parecía ser con ella.

—Así que ¿último año escolar? —inquiere Gema con curiosidad—. ¿Has pensando a que universidad quieres ir? ¿Qué vas a estudiar?

—No en realidad —respondo.

—Deberías, es bueno que comiences...

—Cariño, no lo agobies con esos temas —observo a mi padre. ¿Quién diría que podía hablarle cariñosamente a una persona?

—Oh, claro —Gema luce apenada—. Lo siento.

—Dereck, es tarde. Mañana debes ir a la escuela.

Bien, y ahí está, ya no me quiere aquí. Sonrío hacia Gema.

—Un gusto conocerte —me incorporo. —Nos vemos.

No me detengo a esperar una respuesta, subo las escaleras y solo cuando estoy en mi habitación, me siento aliviado. Me quito la chaqueta, los moretones aún eran visibles, tal vez en un par de días más ya no tuviese la necesidad de llevar la chaqueta a todos lados.

Cuando era pequeño, mi padre siempre me golpeaba en zonas en las cuales las profesoras no se darían cuenta. Y cuando era visible, siempre tenía una excusa lo suficiente creíble que terminaba por convencer a todo aquel que preguntara.

"Se cayó jugando" "Tropezó en las escaleras" "Los niños a su edad son tan traviesos"

Con el tiempo, se olvidó de cuidar que no fueran visibles, pero ahora yo sabía que, si alguien se daba cuenta, sería peor. Así que me encargué de cubrirlas, chaquetas, sudaderas, toda prenda que pudiera esconder las marcas de los golpes.

Y ha funcionado hasta hoy.

Me reprochaba a mí mismo el no poder hacer nada para detenerlo, me cuestionaba una y otra vez por qué no podía ponerle un alto.

Extiendo la mano hasta conseguir abrir el compartimiento del escritorio, lo cercano que esta de la cama me facilita la tarea sin tener que incorporarme, tanteo el cajón hasta que siento el conocido plástico entre mis dedos, y retiro la mano.

La fotografía de mi madre hace que una leve sonrisa se pose en mis labios, mamá era una mujer bellísima, poseía unos ojos color azul intenso que aún con lo desgastado de la foto, seguían captando la atención. Compartíamos el mismo color de cabello, la misma nariz perfilada y sin duda, la misma sonrisa. Nos parecíamos tanto y a veces me reprochaba a mí mismo el querer que no fuese así.

Atracción mortal.Where stories live. Discover now