LOS DESAPARECIDOS

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Eran las 7:00 de la noche de un día martes en Conneri. En los muros y algunos postes, se apreciaban los carteles con la foto de la joven Melanie. El pueblo daba alusión de ser un caserío fantasma. Los sitios más frecuentes se mantenían cerrados. Todo estaba desolado, excepto, los alrededores de la Comisaria.

Toda la población se encontraba reclamando a su Sheriff, los resultados de su labor en la búsqueda de Melanie Grofint, y los actuales chicos desaparecidos: Sara Johnson y Gerolt Zeelenberg. Pero él, se hallaba encerrado dentro del recinto. Estaba acompañado por su equipo de policías, quienes se mantenían atentos ante una posible revuelta.

Arthur; ¿te encuentras bien? —preguntó uno de los oficiales de nombre Marcus Cook. Él era un hombre joven de 26 años, de cabellera negra, y ojos del mismo color.

Arthur estaba parado al frente de una ventana, fumando un cigarrillo, y contemplando a la multitud. Su rostro mostraba una gran consternación.

—¿Sabes lo que quieren, Marcus?

—Lo que yo esperaría que hiciera la policía o algún oficial al mando, si se desapareciera uno de mis hijos —respondió Marcus, mientras se acercaba a verlo justo a la cara.

—Ese no es el problema. Hemos efectuado la búsqueda. La Policía de Forinang también lo ha hecho. No hemos tirado la toalla. Hace tres años desaparecieron tres chicos de La Gran Ciudad, y el último que los vio irse por ese camino, ahora está desaparecido también. Lo que toda esa gente quiere no es solo una búsqueda.

—¿Y qué es entonces?

—Que entremos en el maldito bosque. Creen que pudieron haberse dirigido a ese lugar.

—¿Y qué nos impide hacerlo? Somos policías. Podemos pedir refuerzos. No estamos solos, Arth...

—¡NO ENTIENDES! Esto va más allá de todo eso. Ese lugar esta maldito, Marcus —dijo Arthur, mientras apagaba el cigarrillo con el marco de la ventana.

—Arthur; esos jóvenes pertenecen a nuestro pueblo. Son apenas unos adolescentes. Pueden estar en peligro si eso que dices es cierto. ¿Cómo te sentirías si fueran tus hijos? —respondió Marcus dándole un golpe leve en el hombro.

—Yo no tengo hijos, exactamente por ese motivo. Son malcriados y les gusta meterse en problemas siempre.

—¡Eres un cobarde, Arthur! No mereces ser el Sheriff de este pueblo.

Arthur golpeó en el rostro a Marcus, rompiéndole parcialmente la boca.

—No voy a permitir que nadie me hable de esa manera y, menos un subordinado.

Marcus lo veía con rabia mientras se cubría la boca. Luego, salió del recinto, dejando expuestos a todos dentro de la comisaria.

—¿QUÉ HACES, IMBÉCIL? —preguntó Arthur.

—¡Al fin se dignan a salir! Todos ustedes son unos ineptos —expresó una señora que estaba al frente la revuelta.

Mientras todo esto sucedía, Constantine Crousó se hallaba oculto en la iglesia. Él era el único que sabía a dónde se habían dirigido estos jóvenes; pero jamás diría nada. Constantine estaba arrodillado ante el enorme cristo de oro con los ojos cerrados, mientras pasaba por su mente, la imagen de Melanie escapando hacia la vía prohibida. Aparte de eso, Sara y Gerolt, tenían tres días desaparecidos. La culpa no lo dejaba en paz, y oraba reciamente para que ninguno de los jóvenes apareciera vivo.

Muchas personas devotas, pedían al padre que rogara a Dios por el regreso de estos chicos, sanos y salvos; sobre todo Teresa Smith y Margaret Johnson. Esta última era la madre de Sara, quien no concebía el hecho de que su hija se encontrara también desaparecida. Sara era lo único que tenía en su vida, debido a que fue criada en un orfanato, y el padre de su primogénita, la abandonó a solo cinco meses de gestación. Ella se las tuvo que arreglar sola para criar a su hija y salir adelante. Margaret necesitaba que apareciera, o su vida acabaría en un instante.

Ada, La Pintura del Mal y El Dije del Inframundoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن