Condenado

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Condenado

Probablemente te sorprenda recibir esto, no has oído de mí en décadas honestamente ignoro qué es lo que me empuja a enviarte esta carta, una confesión hecha para que el peso en mis hombros disminuya pese a que tal vez eso te haga fruncir el entrecejo ante lo que estoy a punto de contarte, escribo esto a media noche en uno de esos pocos mausoleos de Japón, hace frio o eso creo pues las pocas personas que han paseado hoy por aquí llevan gruesos abrigos y una capa de nieve se acumula sobre las piedras, no se el mes sabes que a las criaturas como nosotros aquel intento humano para definir su tiempo no es relevante pero y sin embargo estoy seguro que es invierno. La última vez que te escribí fue hace cincuenta años, un suspiro apenas en tu boca, tal vez de no haber ocurrido esto no hubiera escrito nada en siglos, pero algo paso como te imaginaras, fue hace diez años cuando le conocí, en un hospital mientras me llevaba el alma de una anciana mujer el ingreso con un ramo de flores blancas decoradas con un roció y por unos segundos pareció que me estaba mirando, me congele con las manos sobre la cabeza de la mujer nunca antes alguien me había visto tan fijamente creí que podría desgarrarme con sus ojos y le confundí con uno de feéricos caprichosos, pero después de unos minutos me di cuenta en sus ojos llenos de lágrimas que no me miraba a mi si no al sensor ruidoso que indicaba los latidos del corazón de la mujer y como estos se habían detenido, pero la inquietud no se apartó de mi corazón y empecé a observarle. Era un joven humano de cabellos de un marrón tan cálido que parecía rosado como las nubes cuando el sol sangra sobre ellas, una piel perlada y unos pequeños ojos llenos de aburrimiento. No voy a mentirte entre más le miraba más maravillado estaba por él y sin darme cuenta quede enajenado por él, seguramente ahora estas soltando un reproche a esta hoja de papiro, pero por favor continúa leyéndome y entiéndeme. Ese chico era hermoso, pero no como lo serian tus ninfas o tus cientos de amantes, era hermoso de una forma etérea y difuminada como una gota temblorosa aferrándose al cristal de una ventana mientras más allá hay tormenta, una más en el cristal, pero de algún modo especial. Como imaginaras el al igual que sus congéneres ignoraba mi existencia, pero de vez en cuando sus pupilas parecían clavarse en mí, tal vez mirar más allá a un horizonte que tal vez ninguno de nosotros es capaz de siquiera soñar con su existencia.

Debo aceptar que al principio solo lo seguí por curiosidad, pero como imaginaras no había nada especial en el: iba a la escuela, tonteaba, hacia ejercicio y volvía a casa con su familia: una linda familia de 3 mujeres cariñosas que parecían amarlo con locura y él las amaba igual. Encontré en sus burlas y en sus mimos algo realmente entrañable, no entiendo por qué si hay miles de familias iguales en las que sigilosamente me meto y arranco de los brazos de amorosas estirpes uno o más miembros, sin culpa y con un hastió sin igual, pero por ellos yo sentía una fascinación sin límites eran como esos paisajes encapsulados en burbujas de cristal que uno agita para tener la ilusión de nieve.

Yo agite la esfera por capricho y la madre murió, una pena insegura se aferra a mi cuando lo recuerdo y abras notado que mis letras vacilan débilmente en la hoja pensaras que no tiene sentido la forma en que me afecta, por siglos he apartado amantes y familias, vi derramar lágrimas en creta y apagarse la vida en Auschwitz, sin embargo se me contrae el corazón y un dolor agudo se expande por todo mi ser no por la muerte de quien era una amorosa madre, nunca supe su nombre, si no por los gritos desgarradores del hijo que se aferra a las sabanas de un hospital mientras se le escapa el alma entre lágrimas que fluyen imperiosamente por sus mejillas rojas, hay un dolor que va más allá del físico uno que debería conocer pero sin embargo me hace temblar en su voz. Me sentí tan culpable, aun me siento así, no era su tiempo me he dicho cientos de veces y me he flagelado hasta el cansancio pues yo moví el mundo del joven chico solo por un capricho que no es a fin a mi naturaleza.

Los ojos de Takahiro, ese era el nombre de aquel humano, se perdieron más que nunca en el horizonte buscando en los bordes del mundo la silueta de su madre, la tristeza desbordaba de él constantemente y no era raro verle temblar en los brazos de su hermana mayor mientras se mordía el labio en un intento más bien inútil por acallar sus sollozos, le busco muchas veces en su cama y en la cocina, detenido en los marcos de la puerta en espera de que su figura se apareciera delante suyo. Creí que era mi obligación cuidarle después de hacerle eso, pensé que si velaba por el este agónico sentimiento de responsabilidad desaparecería cuando el dolor se marchitara y como todos los humanos olvidara un poco y se acostumbrara a la ausencia. Le visite durante las noches, me acomodaba en la cabecera de su cama y deslizaba los dedos por los cabellos que empezaban a crecer despejando su frente pálida mientras el dormía agotado por sus días. Al comienzo solo le visitaba cuando estaba especialmente triste, pero después se me hizo costumbre penetrar en su recamara todas las noches para mirarle siquiera unos minutos antes de continuar con mis deberes.

Luces en la ciudadWhere stories live. Discover now