CAPÍTULO 1

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La pequeña Lucy lloraba sentada en el jardín de una casa junto a su bicicleta tirada a un costado de ella. Habiá caído y su rodilla se encontraba sangrando por el raspón que tenía.

— Oye. ¿Te encuentras bien? — la voz de un niño de su edad interrumpió su llanto.

Intentó quitar las lágrimas de sus pequeñas y rosadas mejillas para no darle impresión de debilidad al niño.

— Me... Me duele mucho. — dijo. No aguantó y volvió a romper en llanto.

El niño miró hacia los costados y dentro de su casa, ya que Lucy se encontraba sentada en el jardín de la casa del rubio.

— Ven. Mamá podrá curarte. — le extendió su mano y Lucy la aceptó.

Una mujer de cabellos amarillos como el niño, salió a ver que ocurría. El pequeño le explicó lo que había pasado.

— Ven, cariño. — la mujer la tomó en brazos y la adentró a la enorme casa.

La sentó en un sofá de color negro de la sala de estar. Dejó a su pequeño niño junto a Lucy hasta que buscara el botiquín de primeros auxilios. A los minutos apareció junto a la caja y se sentó en el suelo frente a ella.

— ¿Cómo te llamas, nena? — preguntó con un tono de voz angelical, mientras cortaba gasas y abría un paquete de algodón.

— Lucy. — respondió con un puchero la niña de cabello lacio y oscuro.

— Que precioso nombre. — halagó a la pequeña para que dejara de llorar. — Yo soy Laura y él es mi hijo John. — terminó de desinfectar la herida y se la cubrió con un pedazo pequeño de gasa.  — ¿Eres nueva aquí? — preguntó curiosa.

— Si. Hoy nos mudamos con mamá y papi. — picó su ojo ya que le ardía por haber llorado y por sus manos sucias.

— Bueno. Ve a lavarte las manos y luego te llevaré a tu casa y de paso les doy la bienvenida a tus papis. — ella asintió. — Llevala al baño, Johnny. — acarició el cabello dorado de su hijo.

Ambos bajaron del sofá y se fueron al baño.

Laura sacó justamente un riquísimo pie de limón que había hecho para Sid, su esposo. Pero se lo entregaría cómo bienvenida a los nuevos vecinos del barrio más privado y prestigioso.

Los niños ya estaban listos y salieron rumbo al hogar de la pequeña Lucy. Ellas los guió a ambos. Johnny había salido junto a su bicicleta para acompañarla de igual manera a su nueva vecina.

— ¿Cuántos años tienes, Lucy? — preguntó mientras pedaleaba despacio y no le quitaba ni un ojo de encima.

— En dos meses cumpliré siete. ¿Y tú? — preguntó sin quitar la mirada de encima al camino, ya que no quería volver a caerse.

— Yo ya los cumplí el mes pasado. — respondió con una sonrisa hermosa.

Llegaron a la casa de la pequeña Lucy. Ella dejó caer su bicicleta y se adentró al jardín, abrió la puerta y comenzó a gritar para llamar a sus padres.

— ¿Y tienes que gritar cómo una loquita? — preguntó su padre entre risas y haciendo un pequeño quejido cuando la tomó en brazos.

— Debo presentarles a alguien. — habló con una sonrisa. Él le sonrió y caminaron juntos a la sala dónde se encontraban sus vecinos.

— Oh. Hola. — habló el padre de Lucy dejándola en el suelo nuevamente y extender su brazo musculoso y con algunos tatuajes visibles.

— ¡Hola! — exclamó la vecina. — Mi nombre es Laura y él es mi hijo Johnny. Conocimos a Lucy porque se cayó en mi jardín con su bicicleta. — explicó mientras estrechaba la mano de aquél hombre.

—Oh cariño. — expresó mientras la miraba con tristeza. — Es un gusto. Gracias por atender a mi hija. —agradeció. — John Kreese, tenemos el mismo nombre, pequeñín. — dijo dándole un pequeño golpe en la nariz a Johnny que le causó una risilla divertida.

— Ésto es para ustedes. Bienvenidos. — entregó el pie de limón que Kreese aceptó encantado.

Luego de unas largas charlas. La madre de Lucy había llegado de trabajar y la invitaron a cenar, para luego de postre, comer el pie de limón.
Unas horas más tardes, se fueron y Lucy ya se encontraba muerta del sueño.

— Me parece que alguien anda con sueñito. — habló su padre mirándola con una sonrisa enbobada. — Vamos a bañarte y luego a la cama. — Lucy asintió y se fueron juntos a su cuarto mientras la madre de la pequeña se quedaba levantando los trastes para luego Kreese lavarlos.

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— Y así vivieron felices por siempre. — terminó Kreese con un bostezo.

Su amada pequeñita ya se encontraba profundamente dormida. Él la miró y sonrió; estaba completamente enamorado de su primera y única hija. La cobijó y le depositó un tierno beso en la frente. Marchándose de su habitación por 3 años.

COBRA KAI |Johnny Lawrence| Where stories live. Discover now