Todos conocemos la leyenda de la vela, la leyenda que otorgo los dones a los Madrigales.
Pero, ¿Conocen la leyenda de cuándo el mal encarnó en una persona, para intentar acabar con los Madrigales?
¿No?
Tranquilas, se las contare yo.
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Pasaron algunos días desde que Camilo y _____ fueron al rio, sin embargo no ha sido la última vez que se han visto.
Últimamente tanto Carlos, como Camilo, la han estado invitando casi cada día a salir. Claro que, cada uno por separado.
Ya sea simplemente comer, pasear por el pueblo, etc...
Pero es algo raro, al menos así lo piensa la joven. Es raro porque parece como si fuera una competencia, la cuál ella no sabe cuál es el premio a ganar.
Si tan solo supiera que ella es el "premio" a ganar.
No es que ella fuera un objeto. Ninguno de los dos pensaba eso de ella.
Pero sí generaba cierta competencia entre ellos. Querían ser el centro de su atención, querían provocarle sonrisas, querían ser el motivo de su felicidad, y que el otro no lo fuera.
Fuera de todo eso, se encontraba otro problemita...
Ya casi era el cumpleaños de _____.
—¿Y que piensas hacer en tu cumpleaños? —le pregunto el de rulos —!Oh, y lo más importante¡ ¿Qué quieres que te regale?
Ambos chicos estaban caminando hacia la casa de Camilo.
Habían ido por un helado, y ahora iban de regreso.
—Respecto a la primera, mi tía quiere hacerme una fiesta. —respondió —Sera algo sencillo, al menos eso dijo ella. Pero se que se emocionara mucho, y terminara en algo grande
La joven rio nerviosa, su tía estaba muy emocionada, e igual ella la verdad.
—¿Cumplirás dieciséis? —ella asintió —Wow..., entonces tú eres la mayor entre los dos. Yo soy solo uno niño, y tú una adulta. —lo dijo en tono dramático, solo bromeando.
—Ay, tampoco lo digas tan así —se quejó, golpeándole el brazo juguetonamente. —Solo te gano por meses, no es para tanto.
—Lo sé, lo sé —rio, sobándose del golpe que le había dado —No me has dicho lo más importante, ¿Qué quieres de regalo?
—Mmm... —tarareó, tratando de pensar en un obsequio —La verdad, lo que tu quieras.
A este punto, ya estaban en la puerta de los Madrigales.
—Eso no me ayuda en nada —dijo, con un el ceño ligeramente fruncido —Al menos dime que te gusta.
—No te preocupes tanto por eso, enserio — le dijo, dándole una palmaditas en la espalda— Ahora, me tengo que ir.
Se le acercó para envolverlo entre sus brazos, formando un cálido abrazo.
