Todos conocemos la leyenda de la vela, la leyenda que otorgo los dones a los Madrigales.
Pero, ¿Conocen la leyenda de cuándo el mal encarnó en una persona, para intentar acabar con los Madrigales?
¿No?
Tranquilas, se las contare yo.
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_____ despertó, admirando la hermosa mañana del día.
Los pájaros cantaban, la brisa se sentía fresca, e incluso el aire llevaba consigo un aroma dulce.
Tal vez, así sentía el día por saber que Estela no los molestaría más, ni a ella, ni a Camilo.
Al menos eso piensa por lo que sucedió ayer después de la obra.
En fin, todo estaba fabuloso.
Hasta que...
—_____...—susurró su tía, entrando con cautela a su cuarto. Lo sospechoso de esto era ver como tenía una sonrisa extraña, como si tramara algo.
—¿Sí, tía? ¿Sucede algo?
—Oh, bueno...no mucho —dijo, entrando por completo a la habitación, pero con una canasta de frutas.
¿Canasta de frutas? ¿Sonrisa extraña? Nuevamente, sospechoso.
—Estaba pensando si podrías llevar esta canasta de frutas al orfanato —sugirió —Después de que actuaste en la obra que fue financiando por la casa hogar, se me hacía buena idea que les llevaras un presente.
—¿Ellos lo financiaron? —preguntó, alzando sus dos cejas con sorpresa.
—¡Claro! Obviamente ellos pusieron el dinero para los materiales, pintura, tela, etc...—explicó —Lo hicieron por la niña...¿Cómo se llamaba?
—Estela.
—¡Ah, sí! ¡Estela! —chasqueó los dedos en cuanto lo recordó — Al parecer se los pidió de favor, sabiendo que dentro de un par de meses se ira del orfanato.
—¿Se ira? ¿La adoptaron? —su tía negó —¿Entonces?
—A lo que sé, en dos meses tendrá dieciséis, y el orfanato ya no podría cuidarla —explicó —Así que la pobre tendrá que valerse por si misma.
En ese momento no le causaba mucha lástima.
—Entonces...¿puedes llevar la canasta, por favor? —pidió nuevamente.
—Tía..yo...no me llevó del todo bien con Estela —comentó —Y temó ir al orfanato y encontrarme con ella.
—Esta bien, pero, ¿puedes aunque sea dejar la canasta afuera de la puerta? —unió sus dos manos en forma de suplica —Por favor...
_____ rodo los ojos, pero asintió.
—Claro, tía —suspiró, acercándose a ella para tomar la canasta —Supongo que no habrá problema si solo la dejo afuera de la puerta.
—¡Gracias!
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