Capítulo 36

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¿Quién era, Aidan Lanchesky?

Aidan era el chico que fruncia el ceño cada ves que se irritaba.

Aidan era el que te hacía enojar con simples palabras, para que al final, pueda sacarte una sonrisa.

Aidan era el que se quedaba contigo cuándo tus miedos se adueñan de ti, aunque se mantenga en silencio.

Aidan era el mejor psicólogo sin haber estudiado, con tan sólo enseñarte su deporte favorito, el te hacía liberar.

Aidan era capaz de dejar sin bolas a cualquier idiota que quiera sobrepasarse contigo.

Aidan por algunas extrañas razones, amaba salir en las madrugadas, y si el invierno a llegado, mucho mejor. Pero aún así, es incapaz de soltar tú mano.

Aidan te defenderá de cualquiera.

Aidan es capaz de burlarse de la novia de tú mejor amigo hasta hacerla enojar, pero por dentro, le agradece por hacer feliz a tú mejor amigo.

Aidan será tú doctor y te curará aunque no se lo pidas.

Aidan es quien te lanza a un lago helado.

Aidan es la persona que chocará contigo en tú cumpleaños, mojandote de cerveza.

Aidan es quien te regala cosas imposibles, cómo una estrella.

Aidan es quién te abraza y te hace sentir la persona más segura del mundo.

Aidan no es quién tiene ojos color azules, grises, verdes o miel. Es quién que al reflejar el sol en sus ojos, te muestra un intenso color marrón.

Aidan es el chico del cuál me enamoré y que en una noche de nieve, confesó que me amaba.

Meses atrás lo único que pasaba por mi mente de Aidan, era que me odiaba.

Y fueron tan ciertas esas palabras que Michelle un día me dijo: Del odio al amor, sólo hay un paso.

No sé cómo pasó, pero en un momento de otro, ya estaba perdida por un italiano. Una estupidez humana.

Chocaría con Aidan mil veces más, sólo para volverme a enamorar en cada una de esas.

–¿En que piensas? –La voz de Aidan me atrajo a la realidad.

–¿Volverías a chocar conmigo y llenarme de cerveza una vez más? –Mi pregunta lo sorprendió, pero a su vez, sacándole una sonrisa.

–Pudiese hacerlo todos los días de mi vida, mocosa.–Respondió.

Tomó mi mano entrelazandola con la suya y seguir caminando.

Al entrar a la cafetería observamos a mi pareja favorita tomando sus chocolates caliente.

–¿Segura que no nos podemos arrepentir todavía? –Rei ante la pregunta de Aidan.

–Tarde para eso.–Respondí para arrastrarlo hacía la mesa.

–Cinco minutos tarde.

–Relájate, Kevin.–Dijo Aidan.

–Julieta se enfermara de hipotermia si la sigues teniendo tanto tiempo afuera en la nieve.–Kevin lo miró mal.

–Kevin, no soy una niña. –Le recordé.

Aidan lo miró burlón.

–¡Por lo menos no dejes que se burle de mí!

–A veces no sé de quién siente celos. Si de ti, o del Italiano.– Habló Michell.

No pudimos evitar reírnos.

Julieta,  La Chica SuicidaWhere stories live. Discover now