Capítulo 44

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Julieta

¿Qué si sentía paz?

Sí, si la tenía. Pero aún así sentía que me faltaba algo más, que acá en este lugar no lograba encontrar. Esperé tanto estar acá, lejos de todos y de todo eso malo que tanto me atormentaba, y justo que acá estoy, no me siento completa. ¿O es que así sería de ahora en adelante?

Sentí mi último aliento con miedo cuando al fin logré cerrar mis ojos en el suelo del baño. Lo añoré y deseé, pero me sentí un poco triste al no haberme podido despedir correctamente de las personas que siempre amé.

Pero ojalá ellos me puedan entender y perdonar con el tiempo.

Llevaba conmigo una rosa blanca sin espinas, a conjunto con un vestido blanco que me llegaba a los pies. Era muy hermoso, y el aire fresco lo hacía moverse mientras que caminaba. Mi cabello rubio se mantenía trenzado perfectamente, quizás como nunca lo estuvo. Olí la rosa que llevaba conmigo, estaba tan fresca cómo el aire puro que acá se vivía.

—Ya veo que te gustó la rosa. —Hablaron a mi espalda.

Me giré rápidamente al reconocer su calidad voz.

—Elio. — Sonreí.

—Hola, mi pequeña Ángel. — Respondió abriendo sus brazos para recibirme  y estrecharme entre ellos.

Estamos tan cerca que no hubo necesidad de correr. Y así fué como una vez más pude sentir nuevamente esa felicidad de volver estar junto a él, y está vez estaba segura que sin marcha atrás. Unas lágrimas se me escaparon de mis ojos, humedeciendo su camisa blanca, al igual que mi vestido.

—Te eché mucho de menos.—Confesé.

—No creo que mucho más que yo. —Revolvió mi cabello.

Me separó de él y dejó un suave beso en mi frente. 

—¡Pero mírate! ¡Estás guapote! ¿A cuántas tendrás babeada por acá? ¿Eh? — Bromeé y sonrió haciendo que sus ojos se colocarán muy pequeños.

—Me llaman el rompe corazones. — Respondió con ego en sus palabras.

—Hasta en el cielo has roto corazones, tú si que eres todo un caso, tío.

—¿Qué puedo hacer? Sale naturalmente de mí.

—Si si mucho ego.

Rió.

—Sentemonos un momento cariño. — Colocó su brazo alrededor de mis  hombros, haciéndome sentar.

—¡No, no, no! ¿Que dices? Mejor muéstrame este lugar. —Jalé sus brazos para hacerlo levantar.—Tendremos toda la eternidad para sentarnos. ¡Levanta el trasero, viejo Elio!

—Espera cariño. —Negó con su cabeza y su semblante pasó a ser serio. —De verdad nesecitamos conversar.

Dejé de tomar sus brazos y me senté justo al lado de él.

Julieta,  La Chica SuicidaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora