Capítulo 2: Emma, písame la cara.

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Al llegar al aula, tomé mi asiento correspondiente al lado de mi hermano.

—Pues sí que ha terminado rápido el recreo —dije, pensando en lo rápido que el tiempo se me había pasado.

—Pues no veas —comentó mi hermano—. Venga, entremos a clase.

El resto de las clases siguieron con toda normalidad y, al fin, sonó la sirena para abandonar el edificio e irse a casa. Cuando llegamos, nuestra madre nos empezó a hacer preguntas.

—¿Qué tal?

—Bien mamá, ¿Puedo ir a casa de Antonella a las cinco? —le pregunté.

—¿A la casa de Antonella, para qué? ¿para que se venga para acá? vosotros veréis, yo quiero dormir.

—Yo tengo entrenamiento a las seis —le dijo mi hermano.

—Todo el día saliendo, ¿no? —comentó nuestro padre—. Vosotros que podéis.

Ignoramos sus comentarios y procedimos a comer la pasta que nos habían preparado, la cual no muy sorpresivamente sabía a vómito. Esta comida me provocó angustia, y a mi hermano le produjo diarrea.

—Uf, qué angustia —comenté, llevándome la mano a mi boca.

—Yo tengo cagalera, genial para entrenar —dijo mi hermano, con sarcasmo.

Mi hermano fue al entrenamiento de fútbol y yo fui a casa de Antonella. Cuando llegué, toqué el timbre y al poco tiempo ella me recibió en su casa.

—Hello, boy —me saludó—. Espero que estés listo para darlo todo, porque en mi team no hay losers.

—Hola —le devolví el saludo—. Sí, obvio, estoy más preparado que nunca.

Entonces, me percaté de la presencia de Pía. La miré y me di cuenta de que hicimos contacto visual, así que me sonrojé y rápidamente aparté la mirada. Seguidamente, Mario salió del baño y le dio la mano.

—Hola, Sebastián —me dijo Mario—. Yo también voy a ser un divino, ¿sabes?

—Ay, pues qué bien —le respondí, mirándolo mal disimuladamente.

—Bueno, deberíamos ensayar —dijo Luciana.

—Ahora que está Sebas, nada puede hacernos perder —comentó Barbie mientras bailaba claqué con unos zapatos un tanto extraños.

—Sí, ensayemos —contesté, ignorando el comentario de Barbie.

—¡Let 's go! —exclamó Antonella, poniendo la música.

Empezamos a ensayar la coreografía, pero había algo que me ponía muy nervioso; la mirada penetrante de Pía. Me ponía los pelos de punta pensar que Mario se percataría y me haría algo después del ensayo. Mientras pensaba en eso, vi como la paciencia del chico llegaba a su límite y cortaba la música.

—No puedo más, ¿Eh, Pía? ¡Ya basta! —comenzó a gritar con furia.

—¿What happen? —preguntó Antonella, confusa.

—¡No le grites! —exclamé sin pensar en las consecuencias, pero en cuanto me di cuenta, tapé mi boca con mi mano—. No te quise gritar, Mario, ¡Lo siento!

Pero mis disculpas no le importaron lo más mínimo, ya que cuando me di cuenta, ya me estaba agarrando de la camiseta.

—¡Sebastián, te lo advertí, y no paras de meter las narices en todo! —Me gritó.

—¡Chicos, relax! ¿Qué pasa? —Preguntó Antonella, aún confundida.

Pía explotó y comenzó a llorar. Barbie, al ver como me gritaba Mario, decidió enfrentarse a él.

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