Capítulo 22: ¡Hasta la vista, malagueños!

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Álvaro

La policía Pabla y yo llegamos a la residencia abandonada, estaba un poco asustado ya que el lugar se veía un tanto tétrico, pareciera que habían fantasmas.

—¿Pablo, qué hago? —cuestionó la mexicana, encendiendo su linterna.

—Tenemos que investigar, Pabla —le expliqué lo que ya era obvio por lo menos para mí, aunque la policía no parecía ser muy inteligente.

—Bueno, Pablo, será muy fácil con mi linterna —de repente, una araña le saltó en la cara a la policía, lo cual hizo que se sobresaltara—. ¡Oiga, Pablo, se fundió la linterna!

Cogí a la araña sin muchas complicaciones y la aplasté hasta la muerte.

—¡Pabla, cálmate, me pones de los nervios! —le reclamé a la mexicana, que era demasiado torpe y tonta.

De repente, ambos comenzamos a escuchar unos ruidos un tanto extraños. Nos miramos entre nosotros, intrigados y asustados.

—¿Dark Bloom está arriba, Pablo? —me cuestionó Pabla, con curiosidad.

—¡No, claro que no! —negué con la cabeza repetidas veces ya que Dark Bloom era un personaje animado.

En ese mismo instante, la mexicana se volvió a tropezar, esta vez con una silla de ruedas vieja y, sintiéndome fastidiado, le volví a ofrecer mi ayuda.

—Venga, Pabla, hay que entrar por la ventana —la arrastré de la mano hacia dicho objeto.

Los dos logramos subir sin muchas dificultades, tan solo la policía mexicana se resbaló treinta y siete veces tratando de subir sin éxito. Cuando estuvimos dentro, Pabla hizo una apreciación un tanto absurda.

—¡Mire, Pablo, una bolsa de Doritos! —exclamó, señalando una bolsa de dicha marca llena de polvo.

—No toques nada, a saber cuánto tiempo lleva ahí —le sugerí, al ver todo el polvo de la bolsa.

—¿Por dónde empezamos a buscar a Álvaro, Pablo? —me cuestionó la policía, cambiando de tema.

—Pues vayamos por pisos —recomendé—. Primero buscamos en este, si no en el siguiente y así.

Empezamos a buscar por todo ese piso y, tras unos minutos, algo llamó la atención de la mexicana.

—¡Mire, Pablo, hay un cuadro de una vieja! —levantó el cuadro del suelo y le quitó el polvo.

—¿Eh? —pregunté, confundido por su descubrimiento— ¿Y esa quién es?

—¡Es la señora Carrasco! —exclamó, reconociendo a la señora de avanzada edad—. Era amiga de mi abuela Ramírez, Pablo.

—¿En serio? ¿Y pasó algo interesante? —cuestioné, un tanto intrigado.

—Es la abuela de Mario, Pablo —me comentó, suavizando su tono de voz—. Un día, repentinamente se mudó y, desde ese día, ni mi abuela ni yo supimos de ella.

—Ah, que mal, Pabla, ¡Se marcó un ghosting! —me reí yo solo por mi conclusión—. En fin, sigamos buscando.

Subimos al siguiente piso al no encontrar nada más en el primero. En cuanto la mexicana dio un paso hacia delante, una parte del suelo se derrumbó y por poco se cae.

—Uy, está todo muy viejo, ¿Eh? —comenté, al ver el suelo ceder de tal manera.

Mientras seguíamos investigando, la policía se enredó en una telaraña, sin embargo, como ya estaba cansado de ella, decidí no ayudarla y se terminó liberando sola. De repente, la mexicana divisó una puerta clave.

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