Capítulo 7: Hogar, dulce hogar.

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Álvaro

Tras que mi hermano y Pía se fueran de la mano, Madelaine y yo seguimos charlando.

—¿Tú crees que esto es normal? —le pregunté, enfadado.

—Que feo y tonto es tu hermano... —le insultó sin venir a cuento.

—Sí, se nota que no se parece a mí —dije, burlándome de él.

—Pues yo pienso que sois parecidos.

—¿En serio? ¿En qué? —pregunté decepcionado.

—Tenéis muchos gustos en común, pero de físico no os parecéis en nada, no me gusta nada la nariz tan alargada de Sebastián... —comenzó a criticar su físico sin ningún sentido.

—No te creas, respecto a las chicas tenemos gustos muy diferentes. Ya, a mí no me gusta nada su nariz, ¿A que la mía de porrón es mejor? —dije, entre risas.

—Ya, se nota que le gusta Tamara y menudos dientes de rata tiene la chavala... y sí, tu nariz es mucho mejor —puso cara de asco.

—Sí, tiene las paletas un tanto grandes, me lié con ella en una fiesta, aunque no me gusta mucho... Me parece mucho más guapa Josefina.

—Jose y yo somos las más guapas, Pía es horrible, y tu amiga Sol se parece mucho a tu amigo Constanzo...

—Sí, yo siempre pensé eso, aunque Coni siempre lo niega.

La sirena, que acostumbraba avisar el final del recreo, sonó. Mad y yo, instintivamente, nos levantamos de aquel banco.

—Vaya, se me ha pasado muy rápido el recreo —le dije, con una sonrisa radiante—. Ojalá podamos pasar este rato juntos otro día...

—Ojalá —contestó ella—. Me gustaría que Álvaro faltara todos los días... En fin, adiós...

Madelaine fue desapareciendo en la distancia y yo fui en dirección a mi clase. El instituto terminó y todos los alumnos regresamos a nuestra casa. ¿Por qué los dos chicos no habían ido a clase? Esa fue la pregunta que me hice durante todo el viaje a mi morada. ¿Estarían los dos enfermos o pasaba algo más? Por más que lo pensara, obviamente no podría llegar a una conclusión, eso era algo que solo ellos y sus respectivas familias sabían.

Álvaro Salazar

Mi padre golpeó brutalmente a mi hermana Lara con su cinturón. Yo intenté impedirlo, sin embargo, mi fuerza no era comparable a la de mi padre que encima tenía en su poder tal objeto.

—Espero que, con la familia Petsch como aliada, logremos tener el dinero necesario para construir el restaurante de poyotas más amplio de todos los alrededores —comentó mi madre, con una sonrisa maliciosa.

—Sí, sí —asentí, angustiado y con lágrimas en los ojos—. ¡Pero, por favor, deja en paz a Lara, papá!

—¡Quita, bola de grasa! —gritó mi padre, mientras empujaba a mi hermana—. ¿Y tú quién te crees?

Tras dirigirme esa pregunta y ver que no contestaba, comenzó a darme golpes con la correa a mi también. Tanto mi hermana como yo lloramos de dolor.

—Álvaro —amenazó mi madre—. Recuerda que, bajo ningún concepto, puedes dejar a Madalina.

—Madelaine —le corrigió mi padre.

—¡Sí, sí! —exclamé, aterrorizado—. ¡Estaré con ella el tiempo que necesiteis, pero, por favor, parar!

—Eso espero —dijo mi padre—. Si no, ya sabéis que vuestro destino será acabar en un internado.

—¡Nos hacéis esto por mi culpa!
—exclamó mi hermana, entre lágrimas—. ¡Es porque tengo sobrepeso!

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