Capítulo 4: Negativos silenciosos.

561 269 452
                                    

Tragué saliva y me armé de valor para hacerle frente.

—Cálmate, estamos haciendo un trabajo —le expliqué, tratando de que mantuviera la calma.

Sin embargo, eso no hizo que se calmara, al contrario, se enfadó más y me empujó al suelo.

—¡Cállate, gilipollas! ¡Vete de aquí, date bulla! —gritó Mario, agarrándome de la camiseta.

—Ya basta, Mario —Intervino Pía—. Él no ha hecho nada...

—¡Eh, calmaros! —exclamó Lolo—. No tiene sentido actuar de esta manera...

Madelaine, Alireza y Álvaro acudieron a la habitación tras oír los gritos.

—¿Qué está pasando? —preguntó mi hermano, viéndome tirado en el suelo.

Yo empecé a llorar debido al agobio que estaba sintiendo, todos me estaban mirando y habían visto lo débil que era, que vergonzoso...

—Mario, ¿Qué pasa contigo? —volvió a preguntar Álvaro, mientras me levantaba del suelo.

—Podéis hacer el trabajo perfectamente sin juntaros —respondió.

—Yeah, pero así es más fácil organizarse —le explicó Alireza—. Nos podemos preguntar dudas y ayudarnos entre nosotros.

—¡Y tampoco es necesario que tú estés aquí! —le grité—. ¿Para qué tienes que venir?

Mis palabras provocaron que estallara y comenzara a golpearme repetidamente.

—¡Eh, parar! —exclamó mi hermano, intentando separarnos con ayuda de Lolo y Alireza.

—¿¡Qué te pasa!? —pregunté, viendo que había dejado mi ojo morado y había reventado mi nariz.

—Mario, vete de aquí —le amenazó mi hermano—. O llamaremos a la policía.

—No, no —contestó—. Esta es la casa de mi novia, yo no me voy a ir.

—¡Tú ganas, Mario! —exclamó Pía, entre lágrimas—. ¡Pero para de comportarte así!

Instintivamente la abracé, pero recordé la presencia de Mario y me aparté inmediatamente. Estuvo a punto de volver a golpearme, pero los demás presentes lo detuvieron.

—Bueno, ya vale —dijo Alireza, cansado de la situación—. Que Mario y Pía se queden en esta habitación y los demás terminamos nuestras partes en otra habitación.

Ellos se quedaron en dicho cuarto, mientras, un grupo se bajó al salón y, nosotros, fuimos al despacho.

—Madre mía... —dijo Lolo—. ¿Sebastián, estás bien?

—Yo ni me he atrevido a hablar —susurró Cecilio.

—Sí —respondí—. No entiendo qué le pasa conmigo, parece que no puedo ni respirar...

—No sé, es raro —me contestó—. Parece que te tiene manía.

—Yo estaría más celoso por mi hermano que por tí —murmuró su hermano.

—Ya lo sé —dije y, luego, miré a Lolo—. Lolo, ¿Te puedo hacer una pregunta?

Él asintió con la cabeza.

—¿Te gusta Pía? Y me puedes ser sincero, es que tengo curiosidad...

—Que va —contestó, riéndose—. Mucha gente lo piensa, solo somos amigos. Además, va a mi clase y hablo mucho con ella, pero a mi me gusta otra persona.

—Ah, vale... —suspiré, aliviado—. Yo también lo pensaba, pero parece ser que no.

—Es más maricón que un condón —susurró Cecilio.

Obsesiones Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon