Prólogo

47 23 5
                                    

Me escondo bajo el mesón con el corazón agitado, una punzada de dolor se instala en mi estómago nublando mis sentidos y dificultando mi respiración, mientras que el sonido del llanto de mis hermanos me atormenta. Volteo a observarlos, ambos están acurrucados tras de mí mientras gritan el nombre de mamá.

Una explosión resuena por todo el lugar junto al grito desgarrador de una mujer, siento como mi cuerpo comienza a temblar sin control. El salón está completamente destruido, el color burdeo de las paredes se desvanece y la habitación crece, se encoge, se mueve, desaparece. Los vidrios del cuadro que sostenía nuestra imagen familiar están esparcidos en el centro del lugar. Es una imagen sombría, es la escena de un crimen.

—¡Colette! —entra a la habitación arrasando con todo a su paso, su profunda voz me estremece y los pequeños parecen alterarse aún más—. Tómala.

Se arrodilla frente a nosotros, su mandíbula tensa y la adrenalina notándose en sus ojos. Observo el objeto que me entrega y niego con la cabeza repetidas veces. Él intenta que mi mano la sostenga, su fiereza es tan abrumante, que logra que mi pulso se incremente, llevándose con él la poca estabilidad que me quedaba.

—¡Tómala de una maldita vez, Colette! —grita con furia, su mano llega a la mía para tirar de ella con fuerza desmedida, obligándome a tomar la espada—. Sabes qué hacer si uno de ellos entra a la habitación. —Observa a mis hermanos pequeños y acaricia cortamente sus rostros—. No dejes que nada les suceda, estás a cargo.

Intento tomar su mano con un pulso tembloroso, los disparos aumentan, los gritos distorsionados del exterior se silencian poco a poco, hasta instalarse un silencio sepulcral; sólo se pueden escuchar, a lo lejos, los desesperados llamados de auxilio de las familias vecinas y el llanto de los pequeños. No necesita decirme nada, sé lo que sucederá a continuación, y no hay nada que podamos hacer para impedirlo. Ni siquiera él, esta vez no será nuestro héroe.

Ellos vinieron a acabarnos a todos.

—Papá... —susurro suplicante—, quédate, por favor.

Su expresión hace el amago de suavizarse, pero se recompone rápidamente. Toma mi rostro con fuerza obligándome a observar sus ojos directamente.

—Su vida —apunta a los niños y gira mi rostro para que los observe—, depende de ti, así que actúa con madurez de una vez. —Sus dedos presionan contra mi barbilla—. ¿Qué harás entonces?

—Los protegeré —susurro entre sollozos.

El hombre golpea la palma de su mano contra mi mejilla, un ardor se expande por todo el perímetro del golpe y cierro los ojos con fuerza, mis manos se cierran en puños, una de ellas, aferrándose más al arma que me entregó. 

—¡¿Qué harás?!

—¡Los protegeré! —levanto la voz y abro los ojos para encararlo—. Con mi vida.

Asiente una sola vez dedicándonos una última mirada, en la que no hay amor, no hay dolor, solo vacío. Cuando sale de la habitación comienzo a contar, y exactamente cinco minutos después de su partida los disparos comienzan nuevamente. Abrazo a mis hermanos como si aquello sirviera para protegerlos de lo que sucede afuera, pero el amor nunca ha sido suficiente para enfrentar a la oscuridad, y eso queda claro para mí cuando alguien abre la puerta.  Todo ocurre demasiado rápido. Siento un frialdad metálica presionar contra mi cuello, un grito resuena en la habitación, enfrentándose contra el silencio eterno, y cuando colisionan, todo se vuelve oscuro.



***

***

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
En medio del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora