Capítulo 11

32 17 0
                                    

Reprimo una carcajada al leer por quinta vez lo que le sucede al protagonista del libro. Es poéticamente tragicómico. Cuando termino el párrafo, vuelvo a leerlo.

—¡DESMOND! —Toca la puerta y casi la echa abajo, me sobresalto—. ¡DESMOND!

—Puto imbécil.

Me empiezo a levantar de mala gana.

—¡Te escuché! —grita.

—Sei uno stronzo.

—¡También escuché eso! ¡Pedazo de desagradecido, sal ahora mismo!

—Arnoldo, non disturbare i bambini —pide con amabilidad.

—¡Él me está insultando!

Arrastro mis pies por la habitación, no me preocupo por ponerme una camiseta, sólo abro la puerta y veo su rostro a unos centímetros del mío.

—¿Qué carajos? —me alejo de él.

—Es hora de irnos, vamos.

—No teníamos planes hoy.

—Claro que sí. Vístete decente, no quiero que te veas como —Me observa de arriba hacia abajo— un vagabundo.

—Hoy es mi día de descanso, papá.

—No, ya no lo es.

Debo presionar mis labios para no seguir insultándolo, aunque se lo merece. Entro a la habitación y me visto con mi traje habitual, el que debo usar para salir con él. Antes de salir de la habitación, le doy una última mirada al libro.

—Volveré por ti, lo juro.

—¡DESMOND!

—Sei una disgrazia —siseo.

—¡Desmond! —grita mamá— ¡Vocabulario!

Llego al salón principal y beso su mejilla.

—¿Se escucha todo en esta casa? —inquiero—. Los insultos los aprendí de ti, mamá. Te escuché pelear con esas ratas que entraron a casa en las fechas de plaga.

—Pequeño descarado —Ríe.

—¡DESMOND VEN O ME IRÉ SÓLO!

Lo insulto mentalmente con todo el arsenal que tengo.Me despido de mamá y llego a la entrada. Nos subimos a la carroza en silencio, él comienza a leer el periódico como si nada, mientras fuma de su pipa.

—¿Me dirás para qué tengo que venir contigo?

—Un político siempre está dispuesto a asistir a reuniones de emergencias, deja de refunfuñar.

—¿Reunión de emergencia?

—Algo así. —Chista.

—¿No me dirás nada?

—Lo verás cuando lleguemos.

—No tienes que hacerte el interesante, Arnoldo.

Me lanza una mala mirada, y esta vez sí me contengo de responder. He excedido mi cuota de malas respuestas en un día, no soportaría tener que lidiar con su mal humor ahora. La carroza se detiene, Arnoldo no tarda en bajar y con pereza lo sigo. El imponente castillo se hace presente, ahora entiendo todo. Hay al menos cien guardias en la entrada, algunos nos hacen un saludo corto alzando su barbilla, los demás nos ignoran. Con la espalda recta y la cabeza en alto, sigo a Arnoldo hacia el interior del castillo.

El interior es arte. Los cuadros, el oro, los trajes de exhibición, es superior a todo lo que he visto. Las paredes y el techo están pintados en cuadros, con los grandes momentos de Gray Village y con nuestros salvadores como protagonistas. Lo único que desentona, otra vez, son las cortinas amarillas.

En medio del abismoWhere stories live. Discover now