Capítulo 15

24 17 0
                                    

COLETTE

Me sostengo de la mesa de madera, observándome al espejo. No soy la persona más agraciada; Mi piel es morena, mi cabello es oscuro, mis ojos un poco más claros que el café, no sabría reconocer el color. Mi nariz no es fina, pero sí un poco respingada, como la de mi mamá, creo, por lo poco que puedo recordar de ella. Ella, a diferencia de mí, llevaba su cabello largo, rubio, suelto, libre. Mi padre era más tosco de facciones, pero aún así, muy similar a mis hermanos, sólo que su cabello era castaño. Siempre sonreían, mientras que yo nunca lo he hecho demasiado. No me gusta recordarlos, porque me hace pensar en lo que me quitaron, a mí y a mis hermanos.

Un suspiro tembloroso sale de mí. Solía decirle a Zacharías que toda la vida no podía ser una batalla, pero él me dijo que lo sería, lo sería para mí. Me entrenó, me preparó para esto. La última vez que lo vi, me hizo prometer que haría mi trabajo, que cuidaría de mis hermanos, de nuestra familia, que incluye a Zara. La última vez que los vi, tenía catorce años. Los asesinaron, vi sus cuerpos tendidos, uno separado del otro, por al menos diez cuerpos más. Dejamos la casa, y desde entonces, comencé a trabajar, robar o mendigar, dependiendo de la época. Trabajaba limpiando sus calles, las del centro de Gray Village, al menos cuando conocí a Zara, ella me llevó allí. Limpiaba el suelo y ellos, esa maldita gente rica pasaban con sus zapatos sucios. Quería escupirlos. Ellos ni siquiera te observan, es como si no existieras, como si fueras invisible.

Hay odio que se va acumulando, pero debes guardar, porque explotar no es conveniente, no si aprecias tu vida. Pero va creciendo más y más, es un odio ancestral, puedo jurar que mi abuela sintió lo mismo. Mis padres siempre me enseñaron a mantenerlo bajo control, preocupados porque su hija tenía odio dentro de su corazón, odio que no sabía de dónde venía. Para sobrellevarlo, me enseñaron a amar, a amar mi familia, la naturaleza, los amigos. Aprendí a hacerlo, pude aplacar ese odio, esa ira. Cuando los asesinaron, fue difícil controlarlo. Emerick me vio en mis peores momentos, cuando me descontrolaba por completo, lo veía todo negro. Pasé por todas esas fases, desde cuando te sientas en tu cama mirando a la nada, sin sentir nada, entumecido; hasta cuando caes de rodillas al piso y te preguntas, ¿por qué yo? Y miras al cielo, a un Dios demasiado ocupado en otras tragedias como para preocuparse por ti.

A los dieciséis pude controlarlo mejor, desde entonces, no he tenido más problemas con ese sentimiento. Hasta el día del baile, en que todo pareció estallar otra vez. No sólo esos sentimientos, también los recuerdos de mis padres, de lo que sucedió después, como si mi mente se esforzara por hacerme sentir así. Entonces los temblores en mis manos, mis piernas, el fuego quemando en mi garganta están aquí otra vez. Pero lo tengo bajo control, lo lograré. Me acerco al espejo y observo mis ojos, están de su color normal, aún cuando mi cuerpo sigue temblando. Me mantengo unos minutos así, mirándome al espejo, hasta que me siento lista y salgo de la habitación. Afuera ya están Aarón, Zara y Eme, sentados conversando alegremente sobre algo que desconozco. Me detengo frente a ellos, lo que Emerick toma como una señal para ponerse de pie y arreglar su boina gris, junto con jugar un poco con su pulsera verde.

—¿Estamos? —inquiere.

—Nos vamos.

—¿De verdad no puedo ir? No quiero quedarme aquí y ser un... inútil. —Observa de reojo a Zara—. Sin ofender, Zari.

—No es momento para arriesgarnos.

—Col, vamos.

—No, hermano, la decisión ya está tomada.

Él me observa suplicante, como un cachorro que pide comida. Emerick interviene antes de que yo cambie de opinión.

—Aarón, puedes ser demasiado imprudente a veces. Lo correcto es que vayamos yo y Colette, ya tendrás tu momento de brillar.

En medio del abismoWhere stories live. Discover now