00 - Los hechos

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Una gota de sangre se deslizó por la hoja del machete y cayó contra el suelo

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Una gota de sangre se deslizó por la hoja del machete y cayó contra el suelo. El cuerpo muerto del vampiro hizo un ruido ronco cuando chocó a los pies del cazador, justo al lado de la colorida señalización "Barrio Morgana Le Fay"

La vida nocturna en el barrio Morgana Le Fay gozaba de ser de las más interesantes en toda Rivershire. Las malas lenguas decían que la única forma de llegar al barrio era afinar muy bien la vista para lograr ver entre los hilos del hechizo que la mantenían oculta, lejos de ojos curiosos y mortales, solo dispuesta para que los más selectos pudiesen entrar. Era, por supuesto, técnicas de marketing para el turismo en la ciudad. Todo habitante de Rivershire sabía que el barrio Le Fay quedaba entre Reynolds y Lafayette, no había que tener habilidades especiales para verlo.

Aunque a veces quienes ahí hacían su vida desearían que así fuera. Ese vampiro, por ejemplo, lo deseó antes de que el machete le rebanara el cuello.

Las luces de neón fuera del bar alumbraron el material frío de la máscara de león de la mujer que se paró frente a la puerta, pateando a un lado el cadáver. Miró el lugar, al letrero que titilaba sobre la entrada con las letras vibrando "La Torre de Babel". El nombre la hizo reír. Podía escuchar la música y la celebración, la algarabía que se esparcía en su interior. Apretó sus dedos alrededor del mango del machete y giró hacia el grupo que le seguía.

—No quiero errores, no otra vez. No quiero cabos sueltos. No quiero informaciones a media. Quiero a todos muertos y lo quiero a él. Comprobemos que la información que Reynard nos dio sea legítima y real.

La severidad en su voz era capaz de doblegar hasta al más recto y firme, y nadie de los que estaban frente a ella, igualmente con máscaras de animales, se atreverían a llevarle la contraria ni aunque su tono fuese más delicado y condescendiente.

—No puedes confiar en un brujo, Ada —le contestó otra persona, era una mujer, delgaducha y que usaba una máscara de cervatillo. Con hermosas astas de las que colgaba hilo dorado y joyas. Sería una obra de arte de no ser por el olor a asesinato que todos destilaban —. Ya viste lo que pasó, perdimos a uno por-

—Está aquí —dijo ella, apretando los dientes—. No nos ha mentido en eso. Solo debemos sacarlo de su madriguera y ¿Qué mejor forma que alborotar el avispero? A mi señal, Elain. No me defraudes. Es esto para lo que te has entrenado toda tu vida.

El cervatillo asintió, obedeciendo al león que sin decir mucho más abrió la puerta del bar y entró seguida de su sequito. Para muchos estrategas aquella acción quizás era la más estúpida de todas, pero Ada jamás cometía acciones estúpidas. La música se detuvo en súbito, los gritos y vitoreo menguaron y solo se podía escuchar la música casual y fácil de reconocer para cualquier habitante de Rivershire que era parte de un programa de entretenimiento local. Estaba a rebosar, de personas, licores y demás. De magia.

De monstruos.

Todos y cada uno de ellos se giraron hacia los intrusos.

Hubo un silencio sepulcral mientras todos mostraban garras y dientes en amenaza...pero si hubo quejas, todas callaron cuando los aspersores se activaron y gran parte de los ocupantes del bar comenzaron a retorcerse de dolor mientras el agua bendita caía en sus pieles impuras.

Pronto, el olor a azufre y humo llenaba las narices de todos. Luego, la caballería entraba por detrás, más personas enfundadas en cuero, botas y rostros adornados con las más finas y hermosas máscaras como un desfile macabro, dispuestos con sus armas en alto para acorralar a los que escapaban, sellando las salidas.

—Elain —llamó la leona, su voz sonaba alto y fuerte como el fuerte rugido del animal que le representaba. El ciervo, Elain, rebanó el cuello de un hada a la que había dejado a su merced antes de levantar la cabeza hacia el león—. Ve por el dueño. Averigua que sabe. Córtale la cabeza una vez termines.

Sonrió complacida cuando su fiel cervatillo obedeció y ella, orgullosa con su linaje, elevó en alto su brazo para comenzar a cercenar cuerpos al lado de su gente. La máscara de quedó manchada de tanta sangre que cualquiera pensaría que su color original era rojo.

El barrio Morgana Le Fay era seguro, la policía admiraba el bajo índice de criminalidad de esas calles. Querían atribuirlo a los mitos que decían sobre la existencia de demonios y fantasmas que rondaban las calles, a las leyendas que alejaban a miedosos, otros a que como era tan difícil conseguirlo, ni los criminales se esforzaban en ello.

A lo mejor eso era lo que hacía falta: que nadie pudiese entrar, pues esa noche un león llegó a hacer destrozos y su huella no sería borrada con facilidad.

A lo mejor eso era lo que hacía falta: que nadie pudiese entrar, pues esa noche un león llegó a hacer destrozos y su huella no sería borrada con facilidad

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La filosofía de Rex Gold.Where stories live. Discover now