VI. El regalo

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Es extraño cuando Al me da permiso para ser yo mismo, primero porque jamás necesito permiso para eso, pero siempre llega su reprimenda

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Es extraño cuando Al me da permiso para ser yo mismo, primero porque jamás necesito permiso para eso, pero siempre llega su reprimenda. Y segundo, porque sabe lo suficiente sin saberlo, o eso parece, pero agradecido con ello porque gracias a eso estoy caminando entre una multitud eufórica que huele a alcohol y sudor mientras bailan unos contra otros, desplazándome sobre la pista hacia la barra del local.

Necesito un trago luego de lo que acabo de hacer, sigo sin creérmelo. Era mejor no pensar demasiado, tomé asiento, guiñándole un ojo al bartender quien tenía unos hermosos ojos dorados e intenté relajarme con la música de fondo.

La torre de Babel no era el único lugar en la ciudad donde los seres mágicos nos reuníamos. Como ese habían mucho más, algunos más escondidos y clandestinos que otros, pero quizás eran los únicos bares o clubes a los que podía ir con total tranquilidad: los mortales no los frecuentaban, la torre de Babel rara vez tenía mortales y siempre me encargaba de elegir clubes no muy famosos entre los humanos. Decidí hacerle caso a Al y me aventuré a uno en el mismo distrito de The Iron Street, donde gran cantidad de clubes resguardaban la seguridad y privacidad de los artistas de la zona.

Pedí un par de tragos mientras cazaba alguna presa. Iba a hacerle caso a Al en absolutamente todo y buscaría a alguien con quien pasar la noche, si era sincero hace un buen tiempo que no estaba con nadie y tenía tanto miedo de oxidarme, la promoción del álbum y el asunto con los cazadores me estaba chupando la vida.

Y muy posible iba a perder la cabeza luego de lo que hice ¡Pero solo se vive una vez!

O me la quitaban los cazadores, o mi madre. Pero lo que ella no sepa...

Barrí el lugar con mis ojos, muchos candidatos posibles, pero tampoco podía ser un salvaje y elegir a cualquiera, tenía que ser el ideal, el perfecto...para una sola noche, tampoco exageremos.

Me lancé a deambular por el lugar para tener una visión más amplia de las posibles conquistas, rechazando los que venían hacia mí y no despertaban el deseo de perderme en esas piernas con el suficiente poder para hacerme olvidar. Hasta que alguien captó mi atención: un bonito par de piernas en un pantalón blanco que se perdió entre la multitud para subir unas escaleras.

No, no, chico del buen culo y bonitas piernas, no te vas a escapar.

Sí, que me dejo llevar por un par de piernas ¿algún problema al respecto? Algunos hombres tenemos ciertos fetiches. Somos básicos. Incluso los de más de seiscientos años.

Lo seguí, subí las escaleras con mi trago en mano y conseguí a las piernas salvajes, los focos lo iluminaban desde arriba y su cabello despeinado parecía brillar en dorado, llevaba una chaqueta de cuero encima, pero era un muchacho delgaducho y...

Esperen, yo conozco esas piernas.

Casi empujé a las personar cuando medio corrí hacia el muchacho, extrañado y demasiado curioso. Estaba casi totalmente seguro de que lo conocía y ahí estaba la otra pregunta ¿qué hacía aquí?

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora