XXI. Ceguez

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Hacía calor

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Hacía calor.

El ventilador en la mesita no surtía del aire suficiente como para sentirse fresco, la ropa estaba pegada a mi piel como una segunda capa, pegajoso por el sudor, con el cabello húmedo en las puntas adheridas a mi frente. La televisión era analógica, había interferencias y era un extraño programa. Había mosquitos revoloteando y ya estaba cansado de pelear con ellos, parecían una versión miniatura de Mykal.

Mamá cruzó la habitación, la camiseta se le pegaba al cuerpo pero no por el sudor, sino por no haberse secado al salir de la ducha, con el cabello húmedo goteando en el suelo. Se iba secando el cabello con su toalla, de aquí para allá. Pasó por el frente de un escritorio desgastado de madera, donde los restos de la máscara del zorro descansaban, le serviría para cuando lograra su hechizo.

—Esa bruja idiota no es indispensable —dijo, sentándose a mi lado en la cama que se le sentían todos los resortes —. Puedes deshacerte de ella fácilmente.

Es una líder importante en la ciudad.

Pues va siendo hora de que pase el mando entonces —arqueó la ceja, indiferente — ¿Qué con que sea importante? No lo es realmente ¿le pasan factura a ella? ¿Su opinión es tomada en cuenta?

En realidad, sí —espeté—. Me rastrearon porque ella lo dijo. Porque tú dejaste tus cosas por ahí regadas.

Mamá tiró la toalla a un lado y cruzó sus piernas. La cama crujió con su movimiento.

Ya, eso no era importante. Ella quería encontrarte, pues lo ha hecho. Ahora mátala.

¡Si los demás se enteran que fui yo va a haber problemas!

Pues que no se enteren.

Me levanté exasperado ¿Cómo podía no entender la gravedad del asunto?

Hazlo pasar por un asesinato de los cazadores. Monta la escena —opinó con tranquilidad, como si habláramos de una simple salida el viernes por la tarde —. Venga, mi rey, no es la primera vez que matas a un brujo. Ni la segunda. Y definitivamente no será la última.

Hay al menos tres brujos más que estuvieron involucrados en el rastreo. Fleur hizo algo para que si le pasaba algo, todo estuviera cubierto...

¿Y que es todo? ¿Y que es algo? —mamá preguntó con inocencia. Todo lo que no era — Porque me disculparas, cariño, pero ya han pasado dos días. De haber dejado lo que sea preparado, ya hubiese pasado.

Aun así —agregué, caminando en círculos, estresado —, ellos saben que encontraron al brujo. Sabrán que Fleur fue por él.

Pero no saben quién fue, ya te hubiesen encontrado entonces.

No creo que se coman el cuento de que fueron cazadores.

Mamá se mantuvo en silencio por unos cortos segundos, segundos en los que me miró con intensidad y al final, se encogió de hombros como quien no quiere la cosa. Logra sacarme de quicio a veces.

La filosofía de Rex Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora