XXIII. Ojos que no ven...

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¿Cómo está?

Mamá salió de la habitación, hombros caídos y el cansancio plasmado en su rostro. Tenía las manos manchadas de sangre, llegaba hasta sus codos y la blusa hecha un desastre, pero ella pese a la imagen, no se veía destrozada y quiera o no eso era una buena señal. Las cosas estaban mal, pero tenían solución.

Inconsciente, por ahora —respondió ella, tirándose en el sofá donde estuve sentado toda la noche. Dejó caer la cabeza contra mi hombro y cerró los ojos —. Estará bien, solo necesita descanso.

¿Qué tan malo es?

Se ve como meses de tortura —admitió mi madre —. No es algo que le deseo a quienes me cae mal, ni siquiera a mi ex.

No pude evitar reír por lo bajo, me acomodé mejor para darle un lugar cómodo a mi madre y ella se acurrucó contra mí.

—¿Va a estar bien, entonces? —pregunté.

—Sí —asintió, suspirando —. ¿David fue por lo que pedí?

Asentí, apoyándome también de ella.

La oscuridad cubría mi hogar, había perdido la noción del tiempo, no tenía ni idea de que hora podría ser, pero apostaba a que el amanecer estaba pronto. Estaba tan preocupado, esperando como un león enjaulado a tener noticias de mi padre mientras mi madre se desvivió atendiéndolo.

Si no hubiese llegado hasta acá...

Hubiera muerto —completé —. Lo sé. Vi sus heridas.

Mamá echó a reír. No tenía que decirme que estaba nerviosa para que yo lo supiera, estaba jugando con sus manos, restregándoselas entre ellas, regándose la sangre y sacándose costras secas. Su pierna repiqueteaba.

—No tienes idea —tragó saliva. Su nerviosismo me ponía los nervios de punta, era extraño verla así —. Era...lo torturaron por meses, mi rey. Meses. Se nota en sus heridas. No las dejaban curarse, eran heridas que me decían que una vez estaba sanando, volvían a herir. Hay marcas de cadenas, trampas para bruja, quemaduras en brazos y piernas, cuello...

Mamá guardó silencio y se separó para mirarme directamente. Tenía autentico miedo en los ojos y ella teniendo miedo era malo. Nada la asustaba lo suficiente.

—Hay daño interno, pude hacerme cargo, pero...no se veía bien —admitió, pasando sus manos por mi pierna. Buscaba un apoyo que le otorgué al notarla, tomándole de la mano para apretarla —. Polvo de acero encantado. Puedo jurar que lo torturaron con cada técnica existente y posible para quebrar a un brujo. No está muerto porque ellos no quisieron matarlo ¿Entiendes entonces lo importante que era tu padre para ellos?

Confirmaba nuestras sospechas y todo lo que nos llegamos a preguntar días atrás, confirmaba tantas cosas que tuvimos que guardar silencio por unos largos minutos en lo que asimilábamos todo lo que sabíamos. Era un milagro que entre tanto nivel de tortura, no estuvieran sobre mi cuello aún ¿Cuánto había resistido mi padre, solo para protegerme?

¿Cómo escapó?

—Eso es lo que me preocupa —dijo mi madre.

—La excusa de que toda la familia estaba con Fleur no me la voy a creer —dije —. Es imposible que lo hayan dejado sin supervisión. No es un riesgo que tomarían, y por su estado jamás lo hubiese logrado por si solo.

Pasé saliva, porque no me gustaba por dónde iba mi lógica.

Al parecer, a mi mamá tampoco, porque se levantó de inmediato, la magia comenzó a bailar entre sus dedos y traté de detenerla. Sanar gastaba demasiada energía y ella pasó toda la noche con mi padre, sin poner un pie fuera de esa habitación ni aceptar más ayuda que ella misma. Si seguía usando su magia, por mucho que fuera poderosa, yo terminaría atendiendo a dos heridos.

La filosofía de Rex Gold.Onde histórias criam vida. Descubra agora