INTERLUDIO VI

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—Eso es llamar a una guerra

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—Eso es llamar a una guerra.

Las pestañas de la reina revolotearon al escuchar la suave y dulce voz de la mujer frente a ella, de cabello blanco y ojos lilas. Tenía unas preciosas orejas puntiagudas, y una mirada fiera que imponía inclusive entre todos los de la corte feérica, la misma clase de mirada que ella tenía por la sangre que compartían en parentesco. La reina Hestia tenía una prole hermosa, si es que tenías la suerte de conocer la imagen de todos sus hijos escondidos, y los brujos que acompañaban a la reina aquel día fueron los suertudos del momento.

Audrey les miró de reojo con extrañeza. Su madre planeaba algo más. La presencia de brujos en la corte era... extraña.

—Es llamar a la convivencia, Aurea —dijo la reina Hestia, sus alas revolotearon a sus espaldas —. Es un simple negocio. Seguro que sabes cómo manejarlo, tienes experiencia ¿Qué es, si no un producto más de entre todos los que ya distribuyes?

—Es romper la tregua con los cazadores. No lo entiendes, la más mínima alteración de la paz por parte de nosotros-

—¿A alguien le importa esa mentira? —bromeó la reina —. Hazlo, no es difícil.

Aurea era conocida entre la comunidad sólo como una leyenda, al igual que el resto de hijos de la reina que se ocultaban. Verla ahí, a una de sus hijas mayores, entre soldados y de frente al trono de la reina de su corte, a una que los pocos que conocían sabía había abandonado el mundo feérico, era una señal de problemas. Las alas de Aurea revolotearon por los nerviosismos, eran enormes, traslúcidas e iridiscentes a sus espaldas. Era una mujer alta, de piernas alargadas y tan parecida a la reina que asustaba, pero al contrario de toda la corte feérica ella vestía como un humano mortal con pantalones, traje y tacón, todo de blanco.

—Madre, no quisiera llevarte la contraria, pero espero me escuches —dijo Aurea, dando un paso hacia el trono de enredaderas y madera —. No hagas nada. A Rivershire ya le ha costado demasiado su tranquilidad, no muevas el avispero.

Sin embargo, la reina alzó una ceja con interés.

—Te escuchas como los estúpidos de los del consejo. Te escuchas como Rex Gold.

—Agradezco compartir ideales con algunas personas igual de sensatas.

—¿Sensatos? —interrumpió Hestia, burlándose ampliamente —. ¡Por favor! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no has visto todo lo que ha pasado? ¿Las vidas que se han llevado? ¿A los que han desgraciado? ¿A tu propia gente? Los cazadores no merecen que pensemos con sensatez.

—¿Y qué piensas? ¿Que la venganza te dará esa paz que dices buscar?

Hestia miró a su hija durante lo que parecieron largos minutos, sus alas se mantuvieron balanceándose y sus ojos de insecto no se despegaron de la imagen de la otra mujer hasta que, pasado un tiempo, Hestia misma fue la que trazó un movimiento con su mano en el aire que hizo a sus soldados moverse.

La filosofía de Rex Gold.Where stories live. Discover now