XI. DRAGONES Y MAZMORRAS

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—Llegas tarde.

Bonnie estaba chorreando agua, mirándome con evidentes deseos de asesinarme. Había llegado treinta minutos tarde y para mi diversión, apareció el portal justo en la piscina del patio. A decir verdad, la jovencita me sorprendió, pensé que llegaría más tarde así que le estuve esperando tan cómodo recostado en la sala, leyendo un libro hasta que escuché el chapoteo en el agua y sus gritos. Al salir, lo primero que vi fue a Bonnie arrastrándose fuera de la piscina.

No mintió al decir que tenía mala puntería.

—Alguien no me dio su dirección.

—Pero veo que conseguiste hacer un portal —señalé la piscina. Bonnie maldijo por lo bajo. Tomó el borde de su blusa y la exprimió, el agua salió a chorros.

—Alguien debió decirme que tenía una piscina en casa.

—Eres una bruja con talento para la magia elemental —mencioné con obviedad —. No tengo que decirte que tengo una piscina en casa, debes ser capaz de sentirlo y aprovechar el medio como un conducto para el portal. El agua es un excelente conductor de magia, así que siempre es una buena opción cuando no tienes puntería con los portales. Veo que lo acabas de descubrir.

—¿Se supone que debo agradecértelo? —se cruzó de brazos.

—No, se supone que te secas, porque a mi casa no entras toda empapada.

La dejé hablando sola en el patio, gritándome algo sobre ser un maleducado y cascarrabias, pero oye, eso significa que estoy haciendo bien mi trabajo de maestro. Me lancé en el sofá a seguir con mi lectura mientras esperaba a Bonnie, le iba a tomar una eternidad secarse.

Sin embargo, para mi sorpresa Bonnie cruzó la puerta de la sala seca por completo. Sonreí orgulloso, por ahora no me estaba decepcionando, lo normal en una bruja de su edad.

—Mi teléfono está muerto por tu culpa —acusó, avanzando hasta la mesa ratona y tirando su teléfono celular en la superficie, muerto.

—Te compraré otro, ya deja de lloriquear. Sígueme.

Me levanté del sofá y guie a Bonnie por las escaleras hasta el ático. Era la habitación que menos usaba de la casa, pero ahí era dónde guardaba todas las cosas necesarias para la magia: los libros importantes, los peligrosos, los artilugios y demás menesteres. Y la seguridad jamás era demasiada cuando de magia se trataba, estaba cerrado con tres distintos seguros: un candado común y corriente y dos cerrojos mágicos de los cuales solo yo sabía cómo abrirlos. Bonnie no dijo nada mientras esperaba, pero no pudo resistirse cuando entramos al ático y encendí las luces, de su boca comenzaron a salir alabanzas y palabras de sorpresa, observando el sitio con los ojos resplandeciendo.

No era la gran cosa, todo estaba cubierto de madera, en especial roble para la protección, pero era una mezcla de distintos tipos de madera para intensificar los encantamientos que podrían suceder en esa habitación. En comparación a la decoración moderna del resto de casa, esa habitación parecía haberse detenido en el tiempo hace tantos años, un pequeño espacio de antaño inmortalizado en ese aspecto para siempre. Había un caldero en una esquina frente a un pequeño sillón blanco, estanterías con libros a rebosar por todos lados, pergaminos clavados en la pared, fotografías, hojas sueltas, frascos y jarras de ingredientes variados, además de numerosas plantas regadas por aquí y por allá, eso sin contar las reliquias que habían guardadas.

Bonnie se detuvo frente a una estatua a tamaño real de Anubis, acarició con sus dedos el hocico y la lanza que sostenía.

—Cuidado con eso —advertí —. Es de la dinastía XVIII.

La filosofía de Rex Gold.Where stories live. Discover now