VII

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La observó, en silencio. Ella seguía traumatizada al parecer. No se había movido de dónde la había dejado, estaba mirando a la nada, y cada tanto, lloraba sin emitir sonido alguno.

Se acercó a ella con cautela, para no asustarla, y cortó un trozo de su pantalón.

—Herida —le dijo acercando el trozo de tela a su cabeza, para apoyarla con cuidado sobre la zona que sangraba.

—G-Gracias —murmuró en un hilo de voz.

Miró sus ojos cafés, tan tristes, brillosos por tanto llorar, y con su otra mano, secó sus lágrimas suavemente.

—Y-Yo no... No sé q-que cosas m-malas hizo mi papá. Sólo... Sólo se que t-todos me odian ahora —lloró.

—¿No saber?

—No —sollozó—. Lo juro.

La miró y luego suspiró. Quizás sólo estaba mintiendo por miedo, pero lo dejaría pasar por el momento.

—¿Duele?

—Sí, me duele mucho.

—Estar herida.

Miró a su alrededor, y olfateó un poco el aire, acercándose a la corteza de un árbol que allí había. Olfateó el agua de rocío que se había acumulado, y cortó un nuevo trozo de tela de su pantalón, mojándolo allí.

—Esto ayudar —le dijo limpiando suavemente sus heridas.

Necesitaba llevarla a lavar realmente las heridas que tenía, pero era lo mejor que podía hacer por ella en ese momento.

—Gracias —susurró cerrando los ojos, cuando él lo paso por su frente.

—Laxel, ese mi nombre.

—¿Laxel?

—Sí.

—Mi nombre es Jennifer, pero puedes decirme Jennie, o Jen, como más te guste.

Él asintió con la cabeza, y continuó limpiando sus heridas. Pronto debían irse de allí, alejarse un poco más. Había olido el aroma de esos tipos salvajes cerca.

***

—¿Qué se supone que es un kanatita? Jamás había escuchando de personas que podían gruñir o rugir como tú. Pareces una especie de... León, no lo sé.

Él siguió caminando por la selva, seguido por ella, que no dejaba de hablar. Esa muchacha lo único que sabía hacer era hablar y hablar. Y él ya le había dicho que no le entendía, pero parecía no importarle.

—¿Todos los de tu especie pueden hacer lo mismo? ¿Se parecen a ti? Me gustaría saber porque mi padre te tenía encerrado. Los custodios no quisieron decírmelo, pero tú podrías hacerlo. ¿Por qué mi padre te tenía encadenado?

—Ya no hablar, dar dolor de cabeza.

Jeniffer lo miró curiosa, antes de reír. ¿Le acababa de dar a entender que hablaba mucho?

—¿Qué? ¿Qué te doy dolor de cabeza? —rio.

—Sí, tú hablar y hablar.

—Ay lo siento, es que estoy nerviosa, estresada, y necesito no pensar en todo lo que estoy pasando. No sé que pasó con mis custodios, no sé dónde estamos, ni que pasará conmigo. No sé cómo estará mi papá, o como... Terminaremos nosotros con esos salvajes nativos de esta isla.

Laxel rodó los ojos y continuó caminando, suspirando. No, al parecer ella no dejaría de hablar.

—¿Qué tanto hablas mi idioma? ¿Lo entiendes? —le preguntó curiosa, luego de permanecer en silencio un rato.

—Poco —pronunció indiferente, preguntándose internamente porque estaba ayudando a la hija de su captor después de todo.

...

LaxelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora