XXXIX

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Ya había cumplido con su parte del trato, la humana estaba a salvo, y ahora ambos en el departamento donde vivía Laxel. A la mañana siguiente irían a un obstetra, para poder conocer el estado del bebé, o los bebés.

Porque Lashel estaba seguro, en esa panza mínimo habían tres bebés.

"—Seré el padrino del varón, si son tres." Les había dicho riendo... Algo que no le causó gracia a los futuros padres, y no por el hecho de que él fuera el padrino, sino que pudieran ser tantos.

"—¿Por qué del varón? El niño será fuerte como su padre, mejor puedes ser el padrino de la niña." Le había propuesto Jennifer, luego de salir del asombro y acariciar suavemente su panza.

Pero es que Lashel no quería ser padrino de una niña. Las niñas provocaban problemas, eran tiernas, dulces, bonitas, y él sería un padrino muy, demasiado, celoso.

Mejor un varón, al cual enseñarle y ser su mentor.

Por el momento, les había dado su espacio a Jennifer y Laxel, tantos meses separados, tanto estrés y miedo, merecían estar un tiempo solos, como pareja. Y si había un lugar en el mundo donde podían estar seguros, era la isla Helada.

Pero Lashel no se encontraba allí ahora, no, él... Había viajado a Kanat'ma, a Eritma. Hacía meses su contacto le había conseguido la ubicación exacta de Ura'Elie, y ahora que tendría un tiempo sin trabajo, tranquilo, había pensando que era el momento adecuado para visitarla.

La jovencita había dejado su trabajo como prostituta, como le había dicho hacía años atrás a Lashel, y ahora tenía un bar en la playa eritmatita. Allí no sólo se servían bebidas, snack y comidas rápidas típica de la zona, sino también se brindaban shows en vivo. Muchachas que habían dejado su vida como prostitutas, solían cantar por las noches.

Bajó de su auto, luego de estar conduciendo por varias horas, y caminó el tramo que había desde el estacionamiento, hasta el bar. Al parecer, era muy concurrido, y no era sólo para mayores, habían familias con niños allí disfrutando de la noche cálida.

Se acomodó la camisa, y buscó con la mirada a Ura'Elie, habían al menos unas tres meseras, sirviendo a las más de quince mesas que habían allí, pero ninguna de ellas era la jovencita que estaba buscando.

Llegó hasta la barra y pidió un trago, tomando luego su celular. Le habían asegurado que ella trabaja todas las noches allí, que era quien atendía también.

—Regrese pronto, muchas gracias —sonrió.

Al escuchar aquella voz, se bajó del taburete, y se giró rápidamente, quedando enfrentando a aquella mujer que llevaba tres años evitando. Y los ojos de ella expresaron el asombro al verlo allí, el desconcierto de volverlo a ver.

—Elie —sonrió, mirándola a los ojos.

—L-Lashel.

—Tanto tiempo, no creí que te encontraría aquí.

Lo miró a los ojos al escucharlo decir aquella, y luego bajó la mirada, pasando por su lado con la bandeja donde llevaba vasos vacíos.

—Ey, espera, ¿podríamos hablar?

—No.

—Elie yo sé que me equivoqué en el pasado —le dijo siguiéndola por atrás—. Que fui cobarde, que no debí irme de ese modo, pero es que tú cuando me dijiste aquello, no supe cómo...

Ella se giró, luego de dejar la bandeja y le enseñó su mano izquierda, el brazalete que allí llevaba. Lashel lo miró curioso, y luego arqueó una ceja, encogiéndose de hombros.

—Lo siento, no entiendo que significa eso.

—Este es un brazalete.

—Am, sí, lo sé ¿Y qué con eso?

—Es el brazalete que me entregó mi shi-e'tu, antes de que yo le pusiera mi opaka ¿Lo entiendes ahora?

—No —pronunció indiferente.

—En términos humanos, estoy comprometida, Lashel, en el kok'ta de este año, me uniré a mi pareja.

Lashel la miró a los ojos, y sonrió, una sonrisa fría, que la hizo estremecerse. La tomó de la muñeca con una mano, y con la uña de su dedo índice de la otra, cortó el brazalete.

—Esta mierda, que con tanto orgullo presumes, no significa nada para mí.

—¡Lashel!

—Tú eres mía, y lo sabes muy bien.

—Tú te fuiste, huíste —le dijo con lágrimas en los ojos—. Vete, vete a dónde sea que estabas, y déjame en paz ahora. Déjame ser feliz.

Apoyó su mano sobre la mejilla de ella, y Ura'Elie cerró los ojos, temblando, cuándo él se inclinó hacia ella, tan cerca, que podía sentir su aliento chocando contra sus labios.

—Yo jamás pierdo, nunca, y tu eres mía —gruñó en un tono bajo—. Mi hembra, mi compañera, mía.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo entonces? —le preguntó en un tono bajo—. ¿Dónde estabas, Lashel?

—Eso a tí no te importa.

—Y lo que yo haga con mi vida, a ti tampoco —le dijo abriendo los ojos, mirándolo con rabia—. Vete, Lashel.

—Elie —gruñó mirándola a los ojos—. No me desafíes.

—Me perdiste cuando te fuiste, vete.

—Yo nunca pierdo.

—Conmigo lo hiciste —gruñó dándole un empujón, tirando sus orejitas hacia atrás en advertencia—. Largo.

La observó y sonrió de lado, divertido.

—Me llevo esto.

Miró su muñeca y luego como Lashel guardaba el brazalete en su pantalón.

—¡Lashel! ¡Devuélvemelo!

—Tendrás que quitármelo tú —sonrió, antes de pasarse la punta de su dedo sobre el labio inferior—. Y ambos sabemos de qué forma debes hacerlo, gatita.

...

LaxelWhere stories live. Discover now