XXXVIII

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—Identificación.

—Oh claro, soy el repartidor —sonrió entregándole una tarjeta.

—No me avisaron que iban a cambiar de conductor —pronunció serio el de seguridad.

—Y a mí que me ibas a recibir tú ¿Qué pasó con mi amigo Gabriel? Él siempre está presente. Es más dile, que Freddie está aquí, yo siempre estoy de acompañante, pero a mi compañero le dio gripe.

Lo observó con cierta desconfianza y luego se alejó un poco, realizando una llamada. Después de unos segundos, asintió con la cabeza, haciendo una seña con su mano, para que dejarán entrar la camioneta.

—Gracias —sonrió el muchacho, poniendo en marcha nuevamente la camioneta—. Cuando escuchen las voces de los humanos, y el motor se apague, será el momento de actuar, sólo tenemos una oportunidad —murmuró, luego de cerrar la ventanilla.

En la parte trasera de la camioneta, iba Laxel y un grupo de cuatro kanatitas más. Semanas atrás, Lashel mediante sus contactos, había logrado conocer la rutina de abastecimiento de la casa de Winfrey.

Cómo se lo esperaba, tenían empleados fijos que se encargaban de dicha acción, por lo que había tenido que aprenderse los nombres de los muchachos en cuestión de minutos... Sí, los habían secuestrado una hora atrás, interrogándolos.

La camioneta se detuvo, y todos tomaron sus armas, escuchando como Lashel bajaba. Era momento de actuar.

—¿Siempre están armados? Son bastante desconfiados ¿No? —sonrió, dirigiéndose a las puertas traseras, antes de abrirla—. Bueno, por algo será.

Las armas que ellos estaban usando tenían silenciadores, pero de todos modos dieron alerta cuando los disparos comenzaron a sonar.

—No hay tiempo que perder, bajen a todos los que puedan, encuentren a la chica —gruñó Lashel.

Laxel fue el primer en dirigirse corriendo hacia la casa, seguido por otro muchacho, que llevaba explosivos en caso de tener que volar alguna puerta.

***

—¡Jennifer! —exclamó uno de sus custodios, abriendo la puerta de su habitación de un fuerte golpe—. Vamos, vamos, ven conmigo.

—¿Qué pasa? —le preguntó asustada, siendo tomada por él del brazo, sacándola casi corriendo de su habitación.

—Una vez más estamos siendo atacados. ¡No entiendo como-!

Dejó de hablar cuando una fuerte explosión se escuchó abajo, seguido de muchos disparos.

—Llegaron hasta la casa ¡Corre hacia la puerta de salida del fondo! —exclamó, quitándole el seguro al arma.

La castaña asintió con la cabeza, y bajó las escaleras lo más rápido que sus piernas se lo permitieron. Pero cuando sólo le faltaban dos escalones, vio a dos tipos entrar, gritando asustada.

—¡No me hagan daño, por favor! —gritó cubriéndose el vientre—. P-Por favor, les daré lo que quieran.

Uno de ellos intentó acercarse, pero un disparo desde arriba los hizo alejarse. Si no fuera porque llevaban una especie de casco en las cabezas, lo hubiese asesinado aquella bala.

—¡Corre Jennifer! —Gritó su custodio, disparando.

Ella bajó los escalones que faltaban, y cuando se estaba dirigiendo hacia el pasillo que la llevaba a la puerta trasera, escuchó aquella voz tan familiar.

—Jen.

Se detuvo y miró hacia atrás, aturdida.

—Rápido Jen, ven conmigo.

—¿L-Laxel?

—¡Ven ahora! —gruñó.

Y la castaña no lo dudo, corrio hacia él y Laxel la tomó en brazos, saliendo rápidamente de la casa. No podía verlo, ya que tenía la cabeza cubierta. Pero era su voz, no tenía dudas de ello.

—M-Mi amor.

—No tenemos tiempo, Jen —le dijo corriendo por el enorme jardín delantero de la casa. Hacia la puerta, se veía una camioneta, dónde había un tipo esperándolos.

—Lo sé, pero no entiendo...

Una enorme explosión se escuchó en ese momento, y ella se abrazó con fuerza a Laxel, estremeciéndose.

—Hamire hará volar este lugar, tenemos tres minutos para huir.

Levantó la cabeza para observarlo aterrada, y abrieron la puerta trasera de la camioneta, dónde un muchacho la ayudo a subir. Laxel subió detrás de ella, y con cuidado la sentó en un asiento, colocándole un cinturón de seguridad.

—Laxel ¿Asesinarán a los custodios? —le preguntó en un tono tembloroso de voz.

—Es la vida de ellos o la tuya y la de nuestro bebé, Jen... No tenemos opción —le dijo luego de quitarse su casco.

Lashel se asomó un momento por las puertas, y los observó a ambos, sonriendo.

—Hola nuevamente, señorita Winfrey.

—Lashel.

—Oigan, no quiero sonar desubicado, pero esa panza parece que llevaba como tres cachorros —rio—. Se ve que no tenían nada más que hacer en la selva cuando estaban solos ¿No?

...

LaxelOnde histórias criam vida. Descubra agora