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  11 de junio, 10:03.

Por primera vez desde que Beatriz dejó a su hija en ese lugar al que fue forzada a llamar hogar, Leonor finalmente decide enfrentar el miedo. Hace pocos días cumplió 20 años, de los cuales, al menos 15, llevan siendo una tortura. Desde que tiene uso de la razón lo único que conoce es la sensación de estar constantemente en alerta al convivir con un abusador. Lo único a lo que se dedica desde que sale el sol hasta que este se esconde es evitar que sus hermanos hagan enojar a su padre. Y lo único a lo que aspira desde que cumplió 18 es abandonar esa casa.

Su cabeza funciona de una manera muy particular. Cuando descubrió que su madre seguía viva y, que no se había suicidado después de divorciarse como su padre se lo hizo creer, comenzó a cuestionar las decisiones que Beatriz tomó con respecto a su vida. Conoce tan poco sobre ella, y toda la información que recibió fue por parte de los vecinos que tienen más de 50 años y a los que la memoria les falla. Algunos dijeron que Beatriz nunca vivió en el pueblo, otros dijeron que se mudó solo cuando fue madre, un par juran que Beatriz nunca tuvo una hija, y una sola señora supo decirle a Leonor que conocía su paradero. Falleció el día que la invitó a tomar el té, y se quedó con la duda hasta este momento.

¿Cómo llegó entonces Leonor a saber en dónde tenía que buscar a su madre? Recibió una carta cuando menos lo esperó. Una carta que ahora tiene escondida entre su ropa para que ni siquiera sus hermanos la vean mientras prepara el desayuno.

—¿No vas a comer? —pregunta Alba intrigada con los pasos de Leonor que van desde un extremo de la cocina hasta el otro.

—No, coman ustedes —niega ella, sabiendo que puede comer algo más tarde—. Hay más para los dos.

Alba es mucho más joven que Teo, su otro hermano, pero habla casi el doble que él. Le gusta hacer preguntas todo el tiempo, sobre todo. Es muy curiosa sobre el mundo que la rodea, a diferencia de Teo, que solo se ha decepcionado al oír las respuestas a las preguntas que hace. Siempre se queda callado, tranquilo, esperando a que su palabra sea de vida o muerte.

Leonor calienta las sobras de comida del día anterior, procurando llenarles el estómago para que no tengan tanta hambre el resto del día. Su padre no le ha dado ni un centavo para poder ir al mercado, y con su propio salario atrasado, tiene que arreglárselas con lo que tiene para que ambos coman. Guillermo lleva días sin aportar dinero en la casa, repite el discurso de que «tienen que esforzarse y salir a ganárselo porque en la vida hay que sacrificarse», y ella no puede reclamar nada porque no les debe absolutamente nada. Leonor ya es mayor de edad, y sus hermanos no comparten su sangre.

—¿Tu padre va a venir antes de que tú te vayas? —interrumpe Alba sus pensamientos otra vez.

Leonor observa a través de la ventana con el mismo terror que sube por su espina cada vez que su padre es mencionado, y se da la vuelta para servir la comida. No puede responder porque no lo sabe con certeza, pero aun así intenta darle tranquilidad a Alba.

—No se van a quedar solos.

—Es que a Teo le da miedo la oscuridad.

—Ya lo sé —susurra, arrodillándose frente a ella para hablar de cerca.

La tierra del piso que nunca puede terminar de barrer le ensucia la única prenda que tiene limpia, pero lo único que le importa es estar lo más cerca posible de los niños antes de alejarse. Es la decisión más difícil que ha tomado desde que se atrevió a confrontar el maltrato de su padre, y tiene que mantenerla en secreto si no quiere que salgan perjudicados. Los hermanos desconocen su plan, no saben que ella se irá por un período mucho más largo que las simples horas que desaparece todas las mañanas para trabajar.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora