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𝗔𝗗𝗩𝗘𝗥𝗧𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔: Este capítulo contiene descripciones gráficas de heridas y menciones de sangre. Se recomienda discreción y responsabilidad en la lectura.

22 de julio, 00:23.

Se sintió como quedarse dormido. La lluvia paró en algún momento, Aris recuperó la conciencia y ya no había agua cayendo sobre él. Se despertó con un ruido muy molesto para sus oídos que tan sensibles quedaron. Un ruido que perteneció a Cuervo, que, a pesar de haberlo traicionado por un inofensivo gato, se quedó a su lado cuando se desmayó. Aris solo se percató del paso del tiempo cuando abrió sus ojos y no vio absolutamente nada a su alrededor, forzándose a levantarse del piso y caminar un poco para darse cuenta de que no se había quedado ciego, si no, que las oscuras horas de la madrugada lo habían alcanzado. No sintió ningún hueso roto, ese fue motivo más que suficiente para seguir como si nada hubiera sucedido. Tomó el arnés de Cuervo y emprendió su camino hacia el castillo a pie, sin importar cuánto le tomase llegar. Ya se había ausentado todo el día y unas horas más no harían la diferencia en lo preocupados que seguro estaban sus padres.

Muy ingenuo de su parte, vale aclarar. Enrique e Inés están durmiendo relajadamente, creyendo que él está haciendo lo mismo en su habitación. Si lo vieran en este preciso momento, escabulléndose entre los paredones y la seguridad para entrar, todo embarrado y con heridas abiertas, posiblemente perderían la cabeza. 

Aris, siendo el hijo tan considerado que es, no deja que lo vean así. Conoce muy bien los puntos ciegos del interior y exterior de la hectárea, lo cual lo vuelve algo así como invisible. Cuervo hace un buen trabajo en quedarse callado y seguirle el paso lento para que sus pisadas no sean estruendosas, logrando ser metido en el establo con éxito.

La prioridad es asearse. Debe quitarse toda la ropa sucia y limpiar sus heridas, no puede cruzarse con alguien y dar una explicación de qué le ha sucedido porque eso sería delatar que aún sufre de ataques de pánico. Está confiado en que nadie lo interceptará, no tendría que haber nadie entrometiéndose en su camino a esta hora, pero claro, ¿cuál sería el punto de esta historia dramática si no se encuentra con una persona con la que no quiere cruzarse? 

Lamentablemente para él, Leonor se ha quedado trabajado hasta tarde por la ansiedad que le provoca el insomnio en noches donde no tiene inspiración para seguir escribiendo. Es exactamente esa persona que no debería estar en ese lugar, en ese momento.

Aris ni siquiera la oye, camina con su cabeza baja hasta encontrar la puerta del cuarto de lavado más cercano sin pensar en que ya hay alguien dentro. Empuja la puerta y ve aquella figura femenina de espaldas, tomándole no más que un segundo el retractarse. El ruido que hace con la madera y las repentinas pisadas asustan a Leonor. Ella se da la vuelta, sorprendida, dejando caer la manta que estaba intentando lavar. Le es muy fácil reconocer a Aris debido a su largo cabello, esa rápida mirada que le da le basta para notar el rojizo tono que se esparce en diferentes zonas de su rostro. Incluso en la oscuridad puede notar que es sangre, el pobre príncipe tiene una herida en su ceja que parece haber sido hecha con una navaja. 

Leonor se acerca a él sin preocuparse por la manta, y se da cuenta de que es más serio de lo que parece cuando Aris sigue retrocediendo. Intenta alejarse por el pasillo, pero Leonor no lo deja huir.

—¿Se encuentra bien? —pregunta, aterrada con lo que ve, insistiendo en acercarse a él—. ¿Qué le ocurrió? ¿Por qué está herido de esa manera?

Aris mira a ambos lados, está tan intranquilo con el volumen de la voz de Leonor. Se desespera creyendo que alguien más aparecerá tan sorpresivamente como ella, así que actúa sin pensar para protegerse a sí mismo. Gira en el lugar y presiona su brazo contra la pared, acorralando inevitablemente a Leonor y llevando su mano libre directamente a su boca. La cubre para evitar que las preguntas sigan saliendo disparadas.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu