𝟮𝟲.

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8 de agosto

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8 de agosto.

Beatriz se encuentra realmente desesperada. No ha dejado de buscar en cada rincón del castillo, intentando encontrar a su hija para entregarle la carta que lleva en su mano y que no debería de haber leído. La curiosidad le ganó a la costurera cuando vio que el remitente era Elvira. No sabe si fue eso que algunos llaman instinto maternal, o tal vez sólo fue su sexto sentido, pero algo la empujó a leer esa carta antes de que Leonor lo hiciera. Eso hacen las madres, ¿no? Toman las malas noticias primero para que sus hijos no sientan el peso entero caer en ellos.

Álvaro procuraba darle esa carta a Leonor como la primera vez que Elvira escribió para ella, y cuando no la encontró, decidió dejársela a su madre. Beatriz la arrojó sobre su mesa de trabajo sin darle importancia hasta que sus ojos comenzaron a leer en la distancia las letras que formaban el nombre de esa muchacha que Leonor había dejado bien en claro que era la única persona que conocía su paradero. Dejó la cinta métrica sobre el mueble, y tomó los lentes colgados de su cuello para ponerlos sobre el puente de su nariz. Abrió el sobre, quitó la carta del interior y le alcanzó con leer las primeras dos líneas para alarmarse. Partir con frases tales como «tu padre ha cometido un crimen» y «refugiada con Alba» no fueron la manera más ligera de comenzar, y por eso Beatriz no pudo evitar pensar en su primer hijo. Sintió por tan solo unos segundos la ilusión de creer que los vecinos estaban haciendo justicia por ese crimen con el que viene cargando sobre sus hombros hace más de 20 años. La caligrafía de Elvira dificultó un poco la lectura, sin embargo, cuando Beatriz leyó esa parte en la que la joven explicó explícitamente cómo encontró a Teo inconsciente en la cocina para luego ver a Guillermo cavar un pozo en el jardín trasero, comprendió a la perfección que se trataba de algo aún más trágico que ese primer episodio. Comprendió que Elvira no solo está buscando advertirle a Leonor de lo sucedido, si no, que está pidiendo ayuda.

Quitó sus lentes tan rápido como llegó al último renglón, y salió disparada en dirección a la habitación de Leonor. Tuvo que tirar de la tela de su falda para no tropezar al subir los escalones de su taller, usando toda la fuerza y energía de su cuerpo para correr en busca de su hija. 

Leonor, del otro lado del castillo, sigue totalmente alejada de la situación y de ser encontrada con la misma rapidez con la que Beatriz reaccionó. Lleva toda la mañana intentando aprender a jugar al ajedrez, y a pesar de que forzó a Aris a ayudarla, el príncipe está haciendo todo menos colaborar. Ella creyó que él sería el mejor maestro en la disciplina, pero la última vez que Aris jugó una partida en serio fue casi una década atrás. Y, con un oponente que no ponía a prueba su paciencia.

Leonor toma la pieza del caballo, contemplando cuál es el siguiente movimiento por ejecutar sobre el tablero.

—¿Y ahora?

—Piense bien, es la única pieza que puede dar saltos sobre las demás.

—Pero no sé sobre cuál puedo hacer un arco.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIWhere stories live. Discover now