𝟬𝟵.

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20 de junio.

Guzmán está prácticamente acostumbrado a sentirse como un perro que persigue a Aris por todos lados, sobre todo en situaciones como estas donde el príncipe ni siquiera le presta la adecuada atención cuando le está hablando. Aris es la persona más inquieta que existe cuando tiene una idea en mente, y la gente a su alrededor ya ha aprendido a lidiar con sus acciones. Aun así, es desesperante para el pobre Guzmán que sólo está haciendo su trabajo.

—Tenemos que tomar las medidas para la próxima tanda, y es importante que se calculen correctamente —explica el caballero, escuchando él mismo lo rápido que aceleran sus pasos detrás del príncipe al perseguirlo por el pasillo.

—No tengo tiempo ahora —se excusa Aris, sintiendo que las medidas de unas espadas son irrelevantes—. Hay hombres trabajando en el sector de herrería por una razón.

Guzmán suspira, estresado. El aire golpea la nuca de Aris.

—Sí, pero necesitamos su opinión. La última vez usted mismo se quejó de que los mangos no estaban hechos apropiadamente.

Aris ríe casi pícaramente.

—Fue un capricho.

—Y por eso necesito que no se vuelva un hábito.

—¿Por qué no le preguntan a Enrique?

—Su padre está realmente ocupado hoy.

—¿Y yo qué?

—Usted solamente está escapando de mí, Alteza.

Guzmán tiene razón, y por eso es que Aris sonríe. Se frena repentinamente, extendiendo su brazo para ponerle una barrera a su amigo de la misma manera. Ambos notan la presencia de una de las encargadas de limpieza de la biblioteca, pero sólo es Aris el que tiene un interés por ella.

—Te alcanzaré más tarde.

Con una rápida apretada en el hombro de Guzmán deja a este detrás, apenas oyendo su queja luego de abandonarlo. Ágata, la encargada, lleva consigo una pequeña pero pesada pila de libros. Aris los reconoce por su tapa y sabe que irán directamente a donde él tiene que ir, así que saca ventaja de esto. 

Se acerca a ella y ofrece tomar los libros para que no cargue con todo ese peso en sus no tan fuertes brazos.

—Déjeme ayudarla —insiste, siguiendo sus pasos hacia la biblioteca—. Dejará esto de vuelta en las repisas, ¿verdad?

—Sí, su madre me pidió que los apartara hace unos días y ya encontró lo que necesitaba.

—Eso suena a que puedo pedirle el mismo favor.

—¿Necesita que le aparte algún libro?

—Algunos, en realidad.

—¿Qué necesita estudiar?

—Literatura clásica.

—¿Literatura clásica?

Aris la mira de reojo como si no estuviera siendo tomado con seriedad.

—¿No parezco un hombre que lee? —bromea, pero Ágata reacciona casi igual que cada persona a la que Aris pone a prueba con su sarcasmo.

—No intentaba ofenderlo, Alteza —niega, nerviosa—. Al contrario, creía que usted ya sabía mucho del tema. Cada vez que algún libro está ausente en la estantería de clásicos, los libros están en su habitación. O bueno, alguna de sus habitaciones.

Con un carraspeo, Aris decide decir la verdad.

—No son para mí.

—Hubiera empezado por ahí.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIWhere stories live. Discover now