𝟭𝟯.

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𝗔𝗗𝗩𝗘𝗥𝗧𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔: Este capítulo contiene menciones de maltrato infantil. Se recomienda discreción y responsabilidad en la lectura.

3 de julio. 

Elvira supo exactamente qué hacer desde ese día que, sin importar cuántas veces mirase a través de su ventana, Leonor no volvió a aparecer. La vio partir esa mañana que emprendió su viaje hacia Zalá, pero jamás creyó que esa sería la última vez que la vería. Tenía sus sospechas con respecto a los planes de su amiga, las actitudes y conversaciones de Leonor siempre escondían algo detrás. Afortunadamente para ella, Elvira nunca las malinterpretó, de hecho, fue capaz de entender que estaba cansada de la vida miserable que llevaba y que tarde o temprano haría algo para cambiarla. 

Lo primero que Elvira hizo al reconocer que su desaparición se trataba de eso, fue hacer lo mismo que Leonor haría si los roles estuvieran invertidos. Cuidar de Teo y Alba. Cada mañana, luego de que el señor Moya parta hacia su trabajo, ella toca a la puerta de los hermanos. Para Teo, Elvira es como esa otra hermana que ocupa el lugar de Leonor. Tal como confió en ella con su promesa de que volvería, él confía en que Elvira es la persona que puede dejar entrar a su hogar y volverlo seguro.

Teo sostiene ahora el lápiz en su mano con fuerza, intentando por tercera vez trazar la letra indicada en el cuaderno de caligrafía. Ya ha avanzado casi la mitad del abecedario, y Elvira está tan orgullosa de él. Ella lo observa sentada a su lado en la mesa de la cocina, moviendo su cabello para que no le estorbe mientras sigue dando lo mejor de él al escribir.

—¿Quieres comer algo? —pregunta suavemente, sabiendo que a esta hora de la tarde Jaime ya ha vuelto de la panadería con algunas sobras.

Teo levanta su cabeza, mirándola con el dorado sol del atardecer golpeando en su rostro. Parece contemplar qué tan vacío se siente su estómago, y toma una decisión al sacudir su cabeza de un lado al otro.

—Estoy bien. Pregúntale a Alba, ella debe tener hambre.

Elvira asiente con una pequeña sonrisa, y se levanta de la silla para dirigirse a la habitación. 

Se aseguró de que Alba durmiera unas horas, y a considerar por lo silenciosa que se ha mantenido mientras ayudaba a Teo, la niña tomó una buena siesta. Elvira se acerca a la puerta y la ve descansando pacíficamente en la cama, se siente un poco culpable de tener que despertarla. Si no interrumpe su sueño ahora se quedará despierta toda la noche, y eso no será bueno. Con mucho cuidado se sienta en el borde del colchón y lleva su mano hacia la espalda de la niña, deslizándola de arriba a abajo. Mueve su cabello hacia un lado para poder ver su pequeño rostro y esas pestañas que son tan largas que llegan a rozar sus pómulos.

—Alba —susurra, inclinándose hacia ella de manera juguetona—. ¿Estás despierta?

Elvira planea despertarla con una sonrisa para darle la buena noticia de que hay un bocadillo dulce para disfrutar, pero su idea se desploma tan pronto como oye el ruido inesperado de la puerta principal abriéndose. Guillermo sabe que ella se queda cuidando a los niños por las mañanas y la hora del almuerzo, pero, no se percata de que sigue en su casa. Elvira se levanta de la cama para volver a la cocina y saludarlo, sin embargo, se detiene justo antes de cruzar el marco de la puerta. Las paredes son prácticamente de papel, la voz del señor Moya atraviesa las separaciones sin dificultad alguna.

—¿Qué haces con esa mierda? —pregunta Guillermo con su voz oxidada, putrefacta de oír.

El sonido de los lápices y hojas cayendo al piso llega a los oídos de Elvira. Ella se asusta, se queda quieta en el lugar con miedo de que sus zapatos hagan ruido. Teo se levanta bruscamente de la mesa luego de que sus materiales de estudio impacten contra el piso, igual de sorprendido que Elvira.

ALMAFUERTE © ORIANA CORRIDONIWhere stories live. Discover now